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11 agosto 2026

SAN JOSEMARÍA HOY: 1929. Pide

Pide "una enfermedad fuerte, dura, para expiación"

Agosto de 1929 y agosto de 1936: no sé —sí, lo sé— por qué vienen a mi pensamiento esas dos fechas unidas, anotaba en los Apuntes el último día del mes de junio, o las primeras fechas de julio de 1936.
El hecho a que alude ocurrió el 11 de agosto de 1929. Estaba el sacerdote dando la bendición con el Santísimo en la iglesia del Patronato de Enfermos, cuando pidió al Señor, por arranque espontáneo, una enfermedad fuerte, dura, para expiación. Interiormente le vino la respuesta. La petición estaba concedida. Ahora, de lo más profundo de su ser le subía a flor de conciencia un impulso, a la vez dulce y doloroso, que le llevaba a ofrecerse por Amor en la Cruz de Cristo, como describe en una catalina:
— Sin querer, en movimiento instintivo —que es Amor— extiendo los brazos y abro las palmas, para que El me cosa a su Cruz bendita: ser su esclavo —serviam!—, que es reinar.
En la conciencia del sacerdote se hacía presente un deseo encendido de conversión definitiva, de purificación radical de todos sus afectos, hasta de aquellos que de suyo son santos. De cuando en cuando le venía la corazonada de que la fecha de la enfermedad concedida por el Señor estaba próxima, a un mes vista. A veces, pienso —escribe— que aquel ofrecimiento mío de agosto del 29, va a aceptarlo mi Padre-Dios, en el próximo agosto. Lo que no preveía era qué clase de padecimientos le estaban reservados para agosto de 1936, ni de dónde le vendrían. Le asediaba el pensamiento de ofrecerse como víctima expiatoria de la Cruz que se avecinaba, y hacía interiormente esfuerzos por rechazar esa idea, que consideraba exhibicionista y propicia a la vanidad o a la soberbia. La desechaba porque, en la prosa de los mil pequeños detalles diarios, hay poesía más que bastante para sentirse en la Cruz —aún en las jornadas, en las que parece que se perdió el tiempo— ¡víctima!, en una Cruz sin espectáculo.
Por fin le llegaba la hora de estar más cerca del Señor, en la Cruz. Y se animaba a sí mismo: ¡Josemaría, en la Cruz!
Y la Cruz que el Señor le tenía preparada era un holocausto insospechado de amor y de dolor, en desagravio por todos los horrores de la guerra civil española, que estaba ya en puertas.
VÁZQUEZ DE PRADA