-
Petición de admisión del beato Álvaro
La Residencia DYA -Ferraz 50- terminaba su primer curso académico. Contaba san Josemaría: "Recé por Álvaro durante años. Me habló de él una tía suya. (...) Algunas veces me hablaba con orgullo de su sobrino Álvaro, que hacía dos carreras (...). Entonces comencé a rezar por Álvaro. ¡Menudo chasco me llevé, cuando vi que no venía tan fácilmente! Tampoco es que se resistiera mucho".
"Mi tía le contó -explicaba el mismo don Álvaro- que tenía un sobrino muy listo -como era mi madrina, estaba en su derecho dejando hablar al corazón-, y de que le gustaban mucho los plátanos". Esto debió ocurrir antes de 1931, año en que el Padre dejó de trabajar en el Patronato de Enfermos, donde colaboraba la tía de don Álvaro.
Durante el curso 1933-1934 don Álvaro acudía a Vallecas, barrio pobre y extremo de Madrid, a atender una catequesis. "Una vez (el 4-II-1934) -contaba don Álvaro- los balcones estaban llenos de gente, parecía que se preparaban para asistir a un espectáculo de futbol o algo así. En realidad, habían planeado pegarnos una paliza fenomenal (eran tiempos de ambiente anticlerical) a cuatro o cinco que íbamos a dar la catequesis en la parroquia de San Ramón. Efectivamente, a uno le arrancaron una oreja, a mí me dieron con una llave inglesa en la cabeza, y estuve tres meses bastante mal, pero muy contento. Todo eso era preparación. Yo aún no conocía al Padre".
"Un día -contaba don Álvaro- vi a tres o cuatro hablando entre sí en voz baja. Me entró curiosidad y les pregunté de qué trataban. Se quedaron un poco sorprendidos, pero me lo explicaron: estaban hablando del Padre. Entonces pedí que me lo presentaran".
De aquella primera entrevista contaba don Álvaro: "Me recibió, y vi que era un sacerdote muy alegre. Me preguntó enseguida: ¿cómo te llamas?, ¿tú eres sobrino de Carmen del Portillo? ¿entonces tú eres aquel al que le gustan mucho los palátanos? (de pequeño le gustaban mucho los plátanos, pero por lo visto no sabía pronunciar bien esa palabra y la tía de don Álvaro se lo contó al Padre). Me quedé asombrado, y le contesté: sí, me gustan mucho. El Padre sacó la agenda y, como si sólo tuviese que atenderme a mí, me propuso con gran cordialidad: tenemos que hablar despacio y largo. Y me citó para cuatro o cinco días después. Yo lo anoté también. Pero cuando fui, el Padre no estaba; me dio un plantón. Se ve que lo habían llamado para atender algún moribundo, y no me pudo avisar, porque no le había dejado mi teléfono".
Pasaron algunos meses antes de que don Álvaro regresara a Ferraz. "Cuando estaba a punto de salir de Madrid antes del verano, se me ocurrió: voy a despedirme de aquel sacerdote que era tan simpático. Fui, aunque no le había visto más que cuatro o cinco minutos. Me recibió y charlamos con calma de muchas cosas. Después me dijo: mañana tendremos un día de retiro espiritual -era sábado-, ¿porqué no te quedas a hacerlo, antes de irte de veraneo? No me atreví a negarme, aunque mucha gracia no me hacía, porque no sabía de qué se trataba. No me atreví a decir que no, y el caso es que volví al día siguiente".
El 7 de julio cayó en domingo. "En ese retiro, el Padre dio una meditación sobre el amor a Dios y el amor a la Virgen, y me quedé hecho fosfatina. Luego, la segunda meditación. El Padre había dicho que me hablasen por la tarde; pero el que tenía que hacerlo entendió mal, y me habló aquella misma mañana, y yo dije que sí".
Con don Álvaro comenzó la costumbre de pedir la admisión por escrito: "El primero que pidió la admisión por escrito fui yo, el 7 de julio de 1935. Cuando me hablaron de la Obra y decidí pitar, el Padre me dijo: ponme unas letras. Escribí cuatro líneas, redactadas con estilo de ingeniero. Venía a decir: he conocido el espíritu de la Obra y deseo pedir la admisión; algo así".
En una tertulia el 14-II-1980, recordaba don Álvaro: "Cuando pité tenía 21 años; un año después empezó la guerra en España, y pasamos mucho tiempo juntos el Padre y yo, con otros; cuando nos quedábamos solos en aquel cuartito pequeñito de la Legación de Honduras -en el que vivíamos seis-, me hacía muchas confidencias. Ya antes me dejó para que los leyera muchos de sus escritos, en los que aparecían sus hijas y tantos apostolados que después han surgido de modo aparentemente espontáneo, como consecuencia de una labor de años".
Años después contaba don Álvaro: "Hice la fidelidad el día de San José de 1936. Entonces se llamaba la esclavitud, y la ceremonia era un poco más larga. El Padre la recortó porque no quería conceder nada al corazón. Al presidir la ceremonia, el Padre besaba los pies del que había hecho la fidelidad mientras decía unas palabras de la Sagrada Escritura: quam speciosi pedes evangelizantium pacem, evangelizantium bona! Esto hizo el Padre conmigo. Y yo le devolví ese beso en cuanto pude: cuando su alma ya se había ido al Cielo. Si le besé los pies en aquel momento, fue porque me acordé de que el Padre me los había besado a mí, y le devolví ese beso":
INEDITO