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Preparación del “Decretum laudis”
Se trabajaba en Roma sobre los documentos presentados por don Álvaro a la Santa Sede. Habían de seguirse necesariamente los trámites de procedimiento. Primero un detenido examen de los Estatutos. Luego, una vez convocada la Comisión de consultores, se procedía a un estudio conjunto y, si el parecer de la Comisión era favorable, se elevaba la petición al Congreso pleno. Finalmente, se sometía su aprobación al juicio supremo del Romano Pontífice. Pues bien, aún estaban en el umbral de la primera etapa, hasta que a finales de mayo se fijó la reunión de la Comisión de consultores para el sábado, 8 de junio de 1946 («Iba a ser el sábado 1 —comenta don Álvaro—, pero el día 2 hay referendum y alguno de los consultores tiene que ir fuera de Roma para votar. Todo son pegas, y es natural que sea así»).
Al Padre, que de mucho tiempo atrás venía suspirando por el decretum laudis, la noticia de que, por fin, se reunía la Comisión levantó su ánimo: Creo que debería darse un documento solemne —escribe a los de Roma—, precisamente porque se trata del primer caso de una forma nueva.
El día 8, a las nueve y media de la mañana, empezó a trabajar la Comisión. Como diría luego su Presidente, el P. Goyeneche, fue la más larga de las que había presidido. Todos sus miembros estaban entusiasmados con el Derecho particular del Opus Dei, lo que ellos llamaban Constituciones del Opus Dei, y decididos a proponer al Congreso plenario la concesión del Decretum laudis.
Don Álvaro no se dejó ganar por la exultación de los consultores, que se felicitaban, y le felicitaban por el «éxito de la Comisión», pues estaba convencido de que, al paso que llevaban, su estancia en Roma se prolongaría demasiado. «Como ve —cuenta al Padre— aquí todo se alarga: dice Larraona que la velocidad de lo nuestro es maravillosa, inusitada, y sin embargo, pasan días y días, y nada: si no viese la mano de Dios en todo, sería desesperante, verdaderamente». Se echaba encima el verano y no parecía posible ajustar los plazos de las reuniones, de modo que el Congreso ampliado aprobase los documentos ya examinados favorablemente por la Comisión. Y, ¿cuándo aparecería el decreto tan esperado sobre las formas nuevas, para aprobar el Opus Dei conforme a la nueva normativa? Don Álvaro acusaba el cansancio de tanto visitar, rogar, persuadir y utilizar toda clase de razones de urgencia para romper la explicable lentitud de quienes se ocupaban de este asunto. Más de tres meses llevaba en Roma, en brega incesante.
El lunes, 10 de junio, «después de pensarlo mucho», escribía al Padre: «yo me he desgastado casi en absoluto». Y en esa misma carta: «El único modo de salvar la cosa sería un viaje de Mariano por quince días [...]. De venir tenía que ser esta semana o la siguiente».
A esta sincera petición de auxilio, reaccionó inmediatamente el Fundador:
No me hace ninguna gracia el viaje que me indicas como conveniente: nunca he estado en peor disposición física y moral. Sin embargo, decidido a no poner inconvenientes a la voluntad de Dios, he hecho que esta misma mañana preparen mis papeles, por si acaso: si voy, iré como un fardo. Fiat. [...]
A pesar de todo, si conviene, no dudes en poner un telegrama urgente: Mariano saldría en el primer avión. Pedid por él.
Sin conocer esta reacción del Fundador, el miércoles, 12 de junio, escribía don Álvaro confirmando su anterior opinión: «Es evidente que yo estoy desgastado, para este asunto». Pasa luego a otro tema: la larga audiencia que tuvo el día anterior con Mons. Montini, relatando al pormenor su entusiasmo por la Obra y su interés por la marcha de las gestiones del Decretum laudis, que «tiene que salir enseguida —dijo—, porque toda la Jerarquía nos mira con verdadero cariño». En manos de Mons. Montini, que se lo pasaría luego al Papa, dejó don Álvaro el libro encuadernado de las cartas comendaticias, el Curriculum vitae del Fundador y una fotografía de Su Santidad para que hiciera una bendición autógrafa.
Al despedirse de Mons. Montini se olvidó don Álvaro de invitarle a comer, pues había mostrado una afectuosa intimidad y confianza. «Pero cuando me devuelva las Comendaticias —continúa la carta— le contestaré acusando recibo y haciendo la invitación. Lo ideal sería que comiera en casa estando Vd.».
(Don Álvaro daba por descontado que el Padre aparecería próximamente en Roma).
VÁZQUEZ DE PRADA