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Muerte de Somoano
La supresión de los capellanes de los hospitales afectó directamente a Somoano. A finales de abril, recibió́ la notificación oficial de que su puesto había sido amortizado por el reciente presupuesto y que ya no podía vivir en el hospital. Somoano permaneció́ todo el tiempo que pudo, prestando oídos sordos a las repetidas ordenes de marcharse e incluso a amenazas de muerte que recibió́ de parte del personal.
Finalmente, el 15 de mayo de 1932 concluyó que no tenía elección. Dejó el hospital y aceptó un puesto en una parroquia cercana. Sin embargo estaba decidido a seguir visitando el hospital y celebrar la Misa los domingos, a distribuir la Sagrada Comunión, a confesar y a administrar la unción a los enfermos. A pesar de la presión para que se fuera inmediatamente, Somoano permaneció́, desafiante, hasta el 3 de junio. Tras su expulsión continuaron la hostilidad y las amenazas por parte de algunos miembros del personal, pero no le hicieron desistir de su propósito de visitar regularmente a los enfermos. En su diario escribió́: “¿Qué haré? -!En manos del Señor me pongo para que Él haga de mí lo que quiera! El Señor es el auxilio de mi vida. ¿Qué me hará́ temblar?”.
Algunas semanas después, Somoano, que antes de pertenecer al Opus Dei se había ofrecido a Dios como víctima por España, se sintió́ muy enfermo con fuertes calambres en el estómago y vómitos. Los síntomas apuntaban a un envenenamiento por arsénico, tal vez administrado por alguien del personal del hospital. El 16 de junio de 1932, fiesta de Nuestra Señora del Carmen, de quien era muy devoto, Somoano murió́ victima del mismo odio a la religión que llevaría a miles de sacerdotes y religiosos a la muerte durante la Guerra Civil.
En la nota que escribió para informar a los miembros de la Obra de la muerte de Somoano, Escrivá decía: “Nuestro Señor Jesús aceptó el holocausto y, con una doble predilección, predilección por la Obra de Dios y por José́ María, nos lo envió: para que nuestro hermano redondeara su vida espiritual, encendiéndose más y más su corazón en hogueras de Fe y Amor; y para que la Obra tuviera junto a la Trinidad Beatísima y junto a María Inmaculada quien de continuo se preocupe de nosotros... Yo sé que harán mucha fuerza sus instancias en el Corazón Misericordioso de Jesús, cuando pida por nosotros, locos —locos como él, y... ¡como Él!— y que obtendremos las gracias abundantes que hemos de necesitar para cumplir la Voluntad de Dios”.
JOHN F. COVERDALE