-
Viaje a Brasil. A los jóvenes
El 2 de junio, día de Pentecostés, se llenará igualmente el Palacio de Mauá. El Padre habla despacio, y sus palabras se traducen con los gestos, con el afecto y con la buena voluntad de muchos que, entre el público, siguen y facilitan el contenido de sus palabras a los que tienen más cerca.
En esta gran reunión se tocarán multitud de temas. Y el Padre irá engastando, en cada uno, junto a la dimensión humana, el espíritu de la Obra que anima toda su voz.
En un momento dado, rompe una lanza por la familia y sus valores cristianos, especialmente por la fuerza moral de la mujer.
«Junto a la Cruz están unas mujeres y un chico joven. Los hombres se han acobardado, y han huido. ¡Da vergüenza! Ellas son más valientes que nosotros, más enteras. Dan la cara por Cristo » .
Ha encendido la pasión por salir a los caminos con el fuego apostólico de los primeros cristianos, y le preguntan cómo multiplicar el número de cristianos en este enorme país americano:
«Para lograr toda esa multiplicación de almas que se ocupen de los demás, que sean una siembra de paz, de alegría, de trabajo, de cariño, de comprensión, de convivencia, de fraternidad cristiana; para esto, debes rezar al Señor. Pedirás al Espíritu Santo que venga a las almas de todos».
De pronto se pone en pie un adolescente con el pelo largo, un representante joven de los que rompen moldes y modos anteriores:
-«Padre, ¿qué nos dice a los melenudos?».
-«Oye, hijo mío, a los del pelo largo os digo que me encantáis lo mismo que los del pelo corto. Pelo largo o corto no tiene importancia. Lo que importa es voluntad recia o voluntad floja, vida limpia o vida... porca, como dicen los italianos. Lo que tiene importancia es ojos limpios u ojos que no se pueden mirar». Habla a los padres para que tengan una gran generosidad a la hora de entregar sus hijos a Dios si les llama por el camino de una entrega total a los demás.
Se detiene en un tema esencial en el Opus Dei, como la alegría, la teología del “Omnia in bonum”, todo para bien, cuando se descansa en la filiación divina. En el amor de Dios Padre que mueve los acontecimientos de cada vida.
«Se lee en uno de los Salmos que las montañas se deshacen como si fuesen de cera, si tenemos sentido sobrenatural. No te preocupes nunca por nada (...). ¡Alegre! Porque, después, viene la felicidad verdadera: el Amor sin traiciones y para siempre».
No sabe cómo decir adiós a esta multitud de gentes que llenan la sala y que han venido a conocerle y a oír, a través de sus palabras, el espíritu del Opus Dei.
«Bendigo vuestros corazones, bendigo vuestra sonrisa, bendigo vuestro trabajo, bendigo vuestras guitarras». Cuando llegue a Argentina lo recordará ante sus hijos:
«Hay de todas las clases de colores habidos y por haber. Justamente he estado allí el día de Pentecostés, y era como otra Pentecostés: Partos... Medos... Elamitas».
ANA SASTRE