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17 mayo 2026

SAN JOSEMARÍA HOY: 1992. Beatificación

Beatificación

Aquel 17 de mayo fue un domingo espléndido, con una luz y un sol radiante que me recordaron los de esta bendita tierra mexicana. La plaza de San Pedro estaba llena de miembros del Opus Dei y de personas con cariño a la Obra y devoción a nuestro Fundador que habían venido de los lugares más apartados de la tierra: se mezclaban todas las razas y culturas: africanos, asiáticos, gentes de rasgos andinos... Era una muchedumbre multicolor y gozosa, trescientas mil personas según L'Osservatore Romano, en la que se daban cita todas las edades y situaciones sociales; una multitud serena que abarrotaba completamente la plaza de San Pedro, que desbordaba el perímetro de la monumental columnata de Bernini y se extendía, como una pacífica inundación, por la inmediata plaza de Pío XII hasta ocupar la Via della Conciliazione.
Al fondo, sobre la magnífica fachada de Maderno, se alzaban dos tapices, todavía cubiertos, uno con la efigie del Padre y otro con una representación de una religiosa canosiana de origen africano, Josefina Bakhita. Recordé entonces cuántas veces había cruzado esta misma plaza, acompañado por el Padre, en dirección a la Basílica donde ahora ondeaba un tapiz con su retrato.
No pude, ni quise, evitar la emoción indescriptible que experimenté cuando Juan Pablo II, el Papa venido del Este, proclamó en latín: «con nuestra autoridad apostólica, concedemos que los Venerables Siervos de Dios Josemaría Escrivá de Balaguer, presbítero, Fundador del Opus Dei, y Josefina Bakhita, virgen, hija de la Caridad, canosiana, de ahora en adelante puedan ser llamados Beatos».
A continuación se produjo una explosión de serena alegría entre los miles de asistentes.
Se alzó el tapiz que cubría los reposteros con las imágenes de los dos nuevos Beatos. A partir de ese momento nuestro Padre se convertía en gozoso patrimonio de la Iglesia universal. Di gracias al Señor por haberme concedido el gran don de conocerle, de convivir a su lado tantas horas inolvidables, de seguir sus pasos y de querer tanto a este hombre de Dios que la Iglesia acababa de elevar al honor de los altares.
¡Vinieron tantos recuerdos a mi memoria! Volé con la imaginación a aquellas tertulias de domingo en la Residencia de Ferraz, donde nos apiñábamos a su lado Juan, Ricardo, José María, Paco, Álvaro y tantos otros... En cierto modo, aquel domingo de mayo seguíamos también juntos, unos en la tierra y otros en el Cielo, en torno al Padre y muy unidos al Papa.
Juan Jiménez Vargas, tan decidido y parco de palabras como siempre, estaba allí, cerca de mí. Había venido desde Navarra, cuya Universidad -aquel viejo sueño de nuestro Fundador- había contribuido a sacar adelante, a lo largo muchos años, como catedrático de Fisiología en la Facultad de Medicina. De esa Universidad fue primer rector José María Albareda, fallecido hace muchos años. Y en Pamplona vivió hasta su reciente fallecimiento José María González Barredo, después de largos años de estancia en Estados Unidos, donde participó en los comienzos de la labor apostólica y llevó a cabo una formidable labor investigadora. Me contaron que no pudo venir a Roma por motivos de salud.
Ricardo -don Ricardo Fernández Vallespín-, que ejerció durante muchos años su ministerio sacerdotal en Madrid y por estas tierras de América, falleció también, hace algunos años, el 28 de julio de 1988. A José María Hernández de Garnica, que comenzó la labor apostólica en tantos países de Europa, se lo llevó el Señor en vida de nuestro Padre, el 7 de diciembre de 1972. Todos éstos, como Paco -don Francisco Botella- y tantos otros miembros del Opus Dei ya fallecidos, verán esta ceremonia desde el Cielo:
Paco -el inseparable Paco, durante tanto tiempo- murió el 29 de septiembre de 1987, en Madrid, después de muchos años de fecundo sacerdocio.
¿Y Álvaro? Aquel joven estudiante de ingeniería de mediados de los años treinta es ahora Mons. Álvaro del Portillo, primer sucesor de nuestro Padre y Obispo Prelado del Opus Dei; y aquella mañana estaba arriba, concelebrando con el Santo Padre al aire libre en la Plaza de San Pedro, en aquella solemne ceremonia litúrgica en la que, junto con una inmensa muchedumbre de fieles, participaban treinta y cinco cardenales y más de doscientos obispos.
«Con sobrenatural intuición», dijo el Papa, «el Beato Josemaría predicó incansablemente la llamada universal a la santidad y al apostolado. Cristo convoca a todos a santificarse en la realidad de la vida cotidiana; por ello el trabajo es también medio de santificación personal y de apostolado cuando se vive en unión con Jesucristo, pues el Hijo de Dios, al encarnarse, se ha unido en cierto modo a toda la realidad del hombre y a toda la creación. En una sociedad en la que el afán desenfrenado de poseer cosas materiales las convierte en un ídolo y motivo de alejamiento de Dios, el nuevo Beato nos recuerda que estas mismas realidades, criaturas de Dios y del ingenio humano, si se usan rectamente para gloria del Creador y al servicio de los hermanos, puedan ser camino para el encuentro de los hombres con Cristo. "Todas las cosas de la tierra -enseñaba- también las actividades terrenas y temporales de los hombres, han de ser llevadas a Dios"».
La actualidad y trascendencia de su mensaje espiritual, profundamente enraizado en el Evangelio, son evidentes, como lo muestra también la fecundidad con la que Dios ha bendecido la vida y la obra de Josemaría Escrivá (...)”.
PEDRO CASCIARO