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3 abril 2026

SAN JOSEMARÍA HOY: 1938. Estancia en Burgos

Estancia en Burgos

Cuando el domingo, 3 de abril, el Padre entró en Burgos, de regreso de Vitoria, ya habían desalojado los cuartos de Santa Clara. Ahora, su nuevo domicilio era el Hotel Sabadell, calle de la Merced, 32. En el folleto impreso del hotel se lee: «Magníficamente situado frente al río Arlanzón. El más próximo a la Catedral y cerca de la Estación. — Precios especiales para familias y estables. — Calefacción central. Agua corriente caliente y fría en todas las habitaciones. Cuartos de baño». (El texto del folleto había sido redactado en tiempos de paz).
Don Josemaría, a la hora de ocupar esta nueva vivienda, no se deshace en elogios. Simplemente nos dice: No estoy contento con nuestro nuevo domicilio, porque sale caro. (El precio que pagaban era de cuatro pesetas por cama, es decir, de dieciséis pesetas diarias por la habitación que ocupaban, ya que en ese precio no estaba incluida ninguna comida).
La categoría del hotel no pasaba de tercera clase. Constaba de planta baja y tres pisos. Su aspecto era agradable. Por la fachada principal podía imaginarse la disposición interna del hotel. La entrada estaba protegida por una marquesina de hierro y cristal; y sus tres pisos tenían, cada uno, tres habitaciones a la calle: la central con un balcón y las dos laterales con miradores de cristalera. El cuarto que ocupaban correspondía a uno de esos miradores de la primera planta. En el fondo tenía una alcoba, especie de recámara oscura y sin ventilación, con un lavabo, y separada por una cortinilla de tela del resto de la habitación. En esa alcoba dormía el Padre; y el cuarto principal lo llenaban tres camas, una al lado de la otra; dejando, enfrente, espacio para una mesa, un par de sillas y un pequeño armario ropero, más que suficiente para almacenar lo poco que traían. Por toda decoración había dos horribles litografías que terminaron por quitar. Colgaron luego en su lugar un pequeño crucifijo de madera y una imagen de la Virgen, con aire de icono bizantino; y, para dar un poco de colorido a las desnudas paredes, confeccionaron unos patrones con los que hicieron banderines de fieltro de color, que llevaban las siglas RIALP y DYA. Y con objeto de seguir la marcha de la guerra y conocer el paradero de sus hijos, desplegaron en la pared un mapa de Aragón y Cataluña, en el que se indicaba, con banderitas y otras señales, la situación de los frentes de batalla.
Habla el folleto del hotel de cuartos de baño. Se refiere, por supuesto, a un cuarto por cada planta. El Padre, que era el primero que lo utilizaba, para ganar tiempo en la operación dejaba por la noche la bañera llena de agua, que, por cierto, amanecía helada en las mañanas de invierno, porque la ventana tenía un cristal roto. Luego abría el grifo para llenar de nuevo la bañera. «Porque ya se comprende —precisa Paco Botella— que no había ducha ni agua caliente».
El traslado de ropa y equipaje de la pensión al hotel no ofreció mayores inconvenientes. Componían los enseres unos cuantos recuerdos del paso de los Pirineos —el vaso eucarístico, la rosa de Rialp, la bota de vino—, los papeles, cartas, diario y fichero; y muy pocas cosas más. El objeto más engorroso era una máquina de escribir portátil, de segunda mano, comprada por cuatro perras en una tienda de los soportales de la plaza Mayor. Era de marca "Corona" y tenía un teclado muy peculiar; por razones de técnica mecánica no podía escribir deprisa. Era lenta, pero segura. La habían comprado para preparar el original de "Noticias" del mes de marzo de 1938, continuando la idea de los veranos de 1934 y 1935. Esta "hoja familiar", en la que daban noticias de amigos y residentes de Ferraz y consejos espirituales, se enviaba en sobre cerrado a cada uno de los interesados. El propósito de don Josemaría era que esta hoja apareciese mensual-mente, en la segunda quincena del mes. El proceso de su elaboración consistía en enviar el original, escrito a máquina, a don Eliodoro Gil, a León; el cual mandaba luego a Burgos, para distribuir, las copias hechas a multicopista. Cuantos recibían las "Noticias" sentían renacer en el alma nuevos impulsos con su lectura:
Ahora mismo en el cuartel, en la trinchera, en el parapeto, en el forzoso descanso del hospital, con vuestra oración y vuestra vida limpia, con vuestras contradicciones y con vuestros éxitos, ¡cuánto podéis influir en el impulso de nuestra Obra! Vivamos una particular comunión de los santos: y cada uno sentirá, a la hora de la lucha interior, lo mismo que a la hora de la pelea con las armas, la alegría y la fuerza de no estar solo (Marzo, 1938).
Y el impacto espiritual se notaba por las muchas cartas que se recibían en el Hotel Sabadell, especialmente a partir del mes de abril:
¡Qué bien reflejáis, en vuestras cartas —se lee en la hoja de Noticias de julio de 1938—, la alegría que os producen estas líneas! Son como recibir, a un mismo tiempo, cartas de muchos amigos; recuerdos de muchas horas de trabajar y de reír juntos; deseos y confianzas de un nuevo y aun más laborioso porvenir...
El dejar la pensión de Santa Clara para instalarse en el hotel supuso «un gran adelanto», en opinión de Pedro y de Paco, pues era el adiós a aquella vida familiarizada que congregaba a todos los huéspedes alrededor de una mesa, para tomar juntos la sopa a hora fija. Bien mirado, la vida que llevaban ahora en el hotel tampoco era de total independencia. La cortinilla que separaba el cuarto principal de la alcoba donde dormía el Padre valía tan sólo en cuanto símbolo. Durante el día procuraba encontrar el sacerdote algún rato, en que los demás se hallaban fuera, para tomar las disciplinas, ya que no podía utilizar el cuarto de baño, en atención a la quietud de la casa y al sosiego de sus huéspedes. Pero, encontrase o no ocasión a propósito para ello, corría la cortina y despachaba con aquella energía que ya conocían doña Dolores, y Ricardo Fernández Vallespín, y Álvaro del Portillo. También Pedro se ponía nervioso. Cuando quiso intervenir para que atenuase los golpes, el Padre le contestó que si habían sido testigos de sus debilidades y miserias, ¿qué importaba que lo fuesen ahora de su penitencia?.
Lo que sí contaba como una indiscutible ventaja del cuarto era el disponer de un mirador con cristaleras. Medía éste dos metros escasos de largo por menos de un metro de profundidad. Cabían en él, justamente, dos silloncitos y una mesita de mimbre. A este estrecho recinto se le dio un honroso destino. En cuanto se bajaban las persianas de listoncillos verdes y se cerraban desde dentro de la habitación las vidrieras, con sus correspondientes contraventanas, se hacía un reservado donde charlar con intimidad. Cuando esto sucedía, desde el interior del cuarto Paco y Pedro se daban las ¡buenas noches!, y encendían la luz eléctrica.
El mirador, aislado de las tres camas en batería, adquiría un aire de elegancia y discreción que hacía olvidar al visitante la pobreza del resto del cuarto. Lo mismo servía de confesonario que de saloncito de recibir. Por allí pasó mucha persona importante: monseñores, profesores de Universidad, médicos, diplomáticos, sacerdotes amigos, industriales, altos funcionarios... En fin, todo ese sector que, en los propósitos del retiro espiritual hecho en Pamplona, definía don Josemaría como proselitismo, sobre todo con catedráticos. A esta prometedora labor apostólica con profesionales se refería cuando observaba que es indudable que, con gente más hecha en años, ahora se haría una labor estupenda.
Para ayudarle a realizar esta labor con intelectuales, solamente tenía a su lado a José María Albareda, a quien encargó, además, de algo muy concreto: la formación de un depósito de libros, que serían el comienzo de la biblioteca del futuro centro que montasen en Madrid al acabar la guerra. Fue el mismo Padre quien lanzó la idea de una biblioteca circulante. ¿Por qué no comienzas a escribir, pidiendo libros?, le decía a José María Albareda. Tres meses más tarde enviaban una circular en varios idiomas avalada con las firmas de quince catedráticos, solicitando libros por todo el mundo. La dirección que daban era la del hermano de José María en San Juan de Luz. Llegaron muy pocos libros; y las pocas revistas y separatas que alcanzaron su destino venían con destrozos y maltratadas por el correo.
VÁZQUEZ DE PRADA