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25 abril 2026

SAN JOSEMARÍA HOY: 1931. Coincidencias

Coincidencias

Para la historia de la Obra de Dios —escribía en una catalina del 8-V-1931—, es muy interesante anotar estas coincidencias: El 24 de agosto, día de S. Bartolomé, fue la vocación de Isidoro. El 25 de abril, día de S. Marcos, hablé con otro [...]. El día de S. Felipe y Santiago (1-V-31), tuve ocasión —sin buscarla— de hablar a dos. Uno de ellos, con quien me entrevisté de largo, quiere ser de la Obra.
(No se trataba de una mera hipótesis, pues tres días antes, al ajustar una entrevista con un joven, se le ocurrió pensar: Cuando el Señor arregla las cosas para mañana, ¿será fiesta de Apóstol? Fui a la sacristía, cogí el calendario... ¡San Juan ante portam Latinam! No dudé de la vocación de Adolfo.
Al redactar estas líneas ya tenía comprobada la validez de las "coincidencias", puesto que añade: Así ha sido. Ya es socio. ¡Dios le bendiga!)>/b>. Desde entonces se acostumbró a esperar esos regalos como llovidos del cielo en las fiestas de Apóstol: Me preguntaba ayer tarde, más de una vez, ¿qué obsequio harán mañana a la Obra los Santos Apóstoles? (Esto anotaba en la fiesta de San Felipe y Santiago).
Ya había observado, asimismo, con anterioridad, otra rara "coincidencia": el que las vocaciones eran fulminantes y se decidían sin vacilar:
Hasta ahora, dato curioso, todas las vocaciones a la O. de D. han sido repentinas. Como las de los Apóstoles: conocer a Cristo y seguir el llamamiento. —El primero no dudó. Vino conmigo, tras de Jesús, a la ventura [...]. El Día de San Bartolomé, Isidoro; por San Felipe, Pepe M. A.; por San Juan, Adolfo; después, Sebastián Cirac: así todos. Ninguno dudó; conocer a Cristo y seguirle fue uno. Que perseveren, Jesús: y que envíes más apóstoles a tu Obra.
Si en el primer recuento que hizo de sus seguidores se percató de las coincidencias cronológicas; y si en el segundo echó de ver que los interesados no habían ofrecido resistencia ni demora a la vocación, dos años más tarde, en 1933, descubrió que su estancia y ministerio en el Patronato de Santa Isabel no había sido un suceso fortuito en la historia de la Obra. ¿No era evidente que a su apostolado estaba ligada toda una cadena de vocaciones?: Carmen, Hermógenes, Modesta..., Gordon, Saturnino, Antonio, Jenaro... De estos nombres, los tres primeros son de mujeres que frecuentaban el confesonario del capellán en Santa Isabel y que acabaron entregándose en la Obra. Y don Saturnino de Dios era un sacerdote amigo de don Josemaría —como ya se ha visto— de la Congregación de los Filipenses.
Del afán que impulsaba a don Josemaría a reclutar almas da noticia el párrafo de una carta del 5-V-1931, en la que decía a Isidoro:
El día de S. Marcos hablé con uno... El día de San Felipe y Santiago, con dos... Mañana, San Juan apóstol ante portam latinam, con otro. Un pintor, un dentista, un mediquillo, un abogadete... Además Doral, el del Instituto-Escuela, me envió una carta hermosísima.
Como no faltaban fiestas de Apóstoles, ciertamente, a lo largo del calendario litúrgico; ¿qué se hacía de esa cosecha de vocaciones?
Por muy frecuentes que fuesen las festividades, el hecho es que el volumen de las vocaciones nunca terminaba de engrosar. Porque si aumentaba en número, luego, al abandonar algunos la empresa, se reducía como las levas de Gedeón. Sucedía que unos no daban la talla espiritual y que otros se iban quedando entretenidos por el camino. Entre ellos Adolfo, al que habló el día de San Juan ante portam latinam. Con motivo de aclarar la situación de Adolfo respecto a la Obra, hizo un pronto y sumario recuento de fuerzas el 31 de octubre de 1933:
Viendo claramente que no tiene vocación, deja de pertenecer a la O.
Entre los muertos y... los muertos van... ¡siete, Señor!
Con Adolfo eran cuatro los que últimamente habían dejado de seguirle. Sufría con ello el Fundador, aun comprendiendo que para perseverar en la Obra no bastaban las cualidades personales, ni la buena voluntad, sino que era preciso el llamamiento divino. Pero, ¿qué decir de las otras tres pérdidas, esto es, de los miembros de la Obra difuntos en los últimos meses? Porque resultaba que esas personas eran almas selectísimas, con una vocación muy clara. Primero se llevó Dios al capellán Somoano; y, últimamente, a María Ignacia, que había cumplido con creces su papel de alma expiatoria. (Claro que, al hacer el sacerdote su contabilidad espiritual, la pérdida de María Ignacia la pasó, como está visto, a la columna del "Haber". No la hemos perdido: la hemos ganado, se lee en la nota necrológica que redactó al morir la paciente).
VÁZQUEZ DE PRADA