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Rafael Termes
José Luis Múzquiz recuerda muy bien los viajes que, en calidad de Ingeniero de la Compañía de Ferrocarriles Españoles, tenía que hacer a lo largo del año. Aprovechaba los ratos libres de su trabajo y los desplazamientos para llevar noticias y avivar el fuego de los primeros que pedían la admisión en la Obra en muchas ciudades de la península.
En marzo de 1940 llega a Barcelona. Allí habla con Alfonso Balcells -compañero de trincheras de Juan Jiménez Vargas durante la guerra civil-, que le presenta a varios amigos. Previamente, Alfonso le dice a José Luis que está dispuesto a ayudar en todo. Y así lo demostrará, cumplidamente, en los años y dificultades que quedan por venir.
También localiza a Rafael Termes, que cursa sus estudios de Ingeniero en la Ciudad Condal. La presentación es fácil, porque tienen amigos comunes. Tanto, que Rafael se lleva a José Luis a pasar el día con su familia en el pueblo de Sitges, en la costa. A la caída de la tarde, con la playa desierta, José Luis le habla de la Obra. Hay un regusto evangélico en esta secuencia del mar y de el como testigos de excepción en el diálogo sobrenatural de estos dos recientes amigos. Un apretón de manos -más a Dios que a los hombres- sella la decisión de Rafael. Lo único que desea es hablar con el Padre antes de solicitar su entrada en la Obra. Podrá hacerlo el 1 de abril, aprovechando un viaje del Fundador. Y el oleaje de este día que ya anuncia primavera, es también un presagio de tempestades para Rafael. Será uno de los apoyos del Padre en las contradicciones que empiezan a desatarse en Cataluña y en toda España.
ANA SASTRE