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Apuntes de 1930
Junto con esta labor de apostolado universal de los fieles del Opus Dei, desde la entraña misma del mundo, sin salirse de su sitio, sin abandonar su profesión, sin cambiar de estado, el Fundador va señalando también apostolados específicos. En una anotación del 13 de marzo de 1930, hablando del apostolado de las mujeres de la Obra de otros países y de distinta lengua, apunta la posible creación de un centro docente, de una Academia de lenguas vivas que, como las otras empresas, pague al Estado sus impuestos, y en la que las alumnas todas paguen también. Nada de balde. (No quería don Josemaría privilegios para las futuras labores apostólicas, ni que se incluyeran dentro del capítulo de la Beneficencia a efectos de exención tributaria, si no había razón legal para ello. Los fieles del Opus Dei eran ciudadanos corrientes, con los mismos derechos y obligaciones que los demás conciudadanos. Ni más ni menos).
Al crearse en 1933 la primera obra corporativa del Opus Dei, la Academia DYA, don Josemaría tuvo buen cuidado en hacer de ella un centro civil. Su mentalidad laical (y esto es un rasgo del Opus Dei) le llevó a seguir puntualmente lo dicho sobre la Academia de lenguas vivas. Nada de privilegios. Satisfizo los impuestos exigidos por la Administración pública. Tendrían los mismos derechos que las demás academias. Y recordemos que antes de inaugurarse Strathmore College de Nairobi, en 1961, el Fundador indicó a sus hijos que ese Colegio interracial tendría que estar abierto a estudiantes no católicos y no cristianos. De ningún modo sería confesional.
En aquellos primeros tiempos, en que todo estaba por hacer, intentaba don Josemaría resolver mentalmente las dificultades que se le presentarían en un próximo futuro. Cuando pasaran unos años y no tuviera aún sacerdotes que se ocupasen de la dirección espiritual de las mujeres y de la administración de los sacramentos en sus casas, ¿cómo se las arreglarían? En los centros rurales —escribe en sus Apuntes íntimos— hágase un convenio con el Sr. Cura —gratificándole de manera digna y espléndida— para que vaya diariamente, a hora fija, a la Casa de la Obra. Y, en las casas urbanas, haya capellanes bien pagados (y explica: sean estas capellanías verdaderamente congruas, y así podrá escogerse personal bien formado, en todos los sentidos).
Es también deseo del Fundador que se concierte con el párroco el celebrar mensualmente una exposición solemne con el Santísimo, a las mujeres de la Obra, detallando a sus futuras hijas el espíritu con que han de hacer ese acto eucarístico. Les recomienda generosidad: Sean espléndidas con el Señor: muchas velas de buena cera, mucha riqueza en la Custodia y ornamentos, mucho fervor, mucha oración.
Entremezcladas con este género de consideraciones, que la fe del Fundador hacía realidad anticipada, hay otras anotaciones que se fundamentan en sus pasadas experiencias pastorales. Era triste —por ejemplo— ver a los hombres apartarse de la Iglesia por no poder asistir a los actos de devoción, que solían tener lugar cuando ellos estaban en sus negocios o en el trabajo. Era preciso atraerlos a los cultos parroquiales. Había que facilitarles la recepción de los sacramentos e ir creando un ambiente que borrase de sus cabezas la errónea noción de que la iglesia es para las mujeres. En una sociedad cada vez más distanciada de Dios, don Josemaría buscó hacer de la religión un negocio que interesase a todas las almas. En cuatro palabras resumía su programa de acción: haya virilidad, arte, puntualidad, devoción seria y recia: seguro estoy de que responderán los hombres.
Para volver a un clima de virilidad estética habría que empezar desterrando de las iglesias toda decoración cursi y acaramelada, restableciendo el buen gusto en el arte sacro. El sentido del decoro litúrgico llevaba a don Josemaría a denunciar la chabacanería reinante: mucha luz eléctrica, en el retablo y hasta en el tabernáculo de la Exposición. Bambalinas y teloncillos de teatro provinciano. Floripondios de papel y trapo. Imágenes relamidas, de pasta flora. Puntillas y primores mujeriles, en las albas y en los manteles. Cacharros feísimos...
La abundancia de ideas, sugerencias apostólicas, soluciones prácticas o advertencias estéticas de que están repletos los Apuntes nos lleva a preguntarnos por la razón de ese hervidero de proyectos, que parecía manar de la mente del Fundador. Con el correr del tiempo, todos aquellos temas, que en 1930 estaban como en germen, fueron cristalizando; y ahora podemos contemplar, con transparencia, su estrecha vinculación con la vida interior de don Josemaría. Allí está el origen fecundo del despliegue de la Obra hacia lejanos horizontes.
De su piedad eucarística, por ejemplo, derivan muestras de dignidad estética en iglesias y oratorios; de amor, en la riqueza de custodias y vasos sagrados; de limpieza, en la ropa de altar y sacristía; de fidelidad, en el seguimiento de las disposiciones litúrgicas. Consecuente con su fe, derrochaba generosidad en el culto eucarístico e inculcó en todos sus hijos, con su ejemplo y con su palabra, la devoción al Santísimo Sacramento. Hasta en las gratificaciones materiales a los ministros del Señor mostraba don Josemaría su agradecimiento y esplendidez. Pero, cuando piensa en la conveniencia de editar una revista que ofrecer a todos los señores Párrocos, añade una pequeña cortapisa: que había de ser muy barata; no, gratis.
Y, en caso de que las mujeres de la Obra tuvieran que encargarse de las ropas y menaje del culto parroquial, les avisa para que no se olviden de proporcionar también casi gratuitamente —pero nunca gratis, ¡nada de balde!— las hostias y el vino para el Santo Sacrificio. Pero, ¿no nos ha salido ya al paso esta misma advertencia al hablar de la Academia de lenguas vivas, y establecer que las alumnas todas paguen también. Nada de balde.
Y, cuando haya que dar un círculo de estudios o clases de formación a gente de modesta posición económica, ha de procurarse —escribe también el Fundador— que la casa donde se acomoden esté al nivel de sus posibilidades: que gocen de bienestar y baratura, pero nada de balde.
¿Por qué tantas limitaciones? No parece sino que don Josemaría trata de deslucir adrede su natural disposición a mostrarse generoso. Sin embargo, bien se entiende que no lo hace por mezquindad. Entonces —preguntamos— ¿a qué tanto insistir en el nada de balde? ¿Qué se pretende con estas advertencias? Sencillamente nos lo explica don Josemaría: los hombres somos de una condición que lo que no nos costó dinero lo tenemos en poco. Por eso: nada de balde. Lo cual, trasladado al refranero popular equivale a «lo que poco cuesta, poco se estima»; y en otras ocasiones a «lo que mucho vale, mucho cuesta».
Todavía con los anteriores avisos frescos en la memoria, a finales de agosto de 1930 anotaba en sus Apuntes: Otras veces se dijo, como principio inconmovible de la Obra de Dios, que nada de balde. Y así creo que debe ser. He aquí, aprobada por el Fundador, una norma de comportamiento, que aparece de nuevo en las páginas que recogen las primeras inspiraciones fundacionales. Con el tiempo, aquel principio del nada de balde se fue transformando en otro de categoría superior: el apostolado de no dar. Operación que consiste, son palabras de don Josemaría, en hacer apostolado con sentido común. Estos principios de economía apostólica se acoplan al espíritu del Opus Dei, porque detrás de ellos hay un fondo de caridad fina. En efecto, a cambio de una pequeña ayuda por parte de los favorecidos en centros benéficos o de enseñanza, éstos pueden decir, en conciencia, que contribuyen al mantenimiento del centro, y ver en las instalaciones y servicios algo suyo. Es muy posible que el interesado no se percate siquiera de que se le dan las cosas casi gratis. Quizá ese pequeño sacrificio económico hará que no se sienta humillado, que aproveche mejor y que estime un poco más lo que algo le cuesta.
Es claro que se trata de normas prácticas, nacidas del propósito de obtener la máxima eficacia apostólica; pero también son expresión genuina de la mentalidad laical y del empuje que don Josemaría intentaba dar a su apostolado. Porque, entendámoslo bien, la realización histórica del Opus Dei, su implantación en el mundo, no es una operación abstracta sobre una sociedad teórica. Consiste, más bien, en recristianizar la sociedad desde dentro, como la levadura levanta la masa o una inyección intravenosa actúa en el organismo de un paciente. Tarea propia del Fundador era también el encauzar la nueva realidad teológica y pastoral que muy pronto iba a producirse.
Don Josemaría, dentro de los posibles modos de actuar conforme al espíritu del Opus Dei, fue rompiendo camino, dando ejemplo de vida y predicando su mensaje. Junto al apostolado de no dar, practicó el apostolado de la oración, el apostolado ad fidem, el apostolado del almuerzo, el epistolar, el de la doctrina, el de la discreción, el de amistad y confidencia, el de la inteligencia, el del sufrimiento; en fin: el apostolado de la diversión, el apostolado del ejemplo y hasta el apostolado de los apostolados, en aquellos primeros años en que tuvo que hacer el servicio doméstico en las residencias. Como es natural, las múltiples facetas de su apostolado requerían tiempo y esfuerzos fabulosos, para sacar adelante una empresa que excedía sus fuerzas. Refiriéndose a su poquedad como instrumento en manos de Dios, escribía en diciembre de 1931:
Al releer ayer una determinada anotación del primer cuaderno de catalinas, comprendí cuánto era mi desconocimiento de la vida espiritual. Y esa circunstancia lamentable, Jesús, me hizo llegar a ti con más amor, lo mismo que hay más admiración para el artista que crea una obra admirable con un instrumento tosco y desproporcionado.
El Opus Dei se fue haciendo al paso de Dios. Muchas veces don Josemaría no daba con la solución, porque no existía solución. (Es el caso de la configuración jurídica de la Obra). Y otras, por falta de ilustración extraordinaria, obraba casi a ciegas, bajo la moción de la gracia y una idea vaporosa, que iba tomando forma lentamente, como adquieren consistencia los objetos conforme les da la luz. Inesperado prodigio, que le mueve a confesar el pleno señorío divino sobre la fundación:
Me asusto de ver lo que Dios hace: yo no pensé ¡nunca! en estas Obras que el Señor inspira, tal como van concretándose. Al principio, se ve claramente una idea vaga. Después es Él, Quien ha hecho de aquellas sombras desdibujadas algo preciso, determinado y viable.
Iba muy avanzada la primera mitad del 1930. Sería, probablemente, en los últimos días de junio cuando don Josemaría, haciendo resumen de todo lo que llevaba anotado sobre el espíritu, organización y apostolados de la Obra, escribe:
quiere el Señor humillarme de una buena temporada a esta parte, para que no me crea un superhombre, para que no crea que las ideas que Él me inspira son de mi cosecha, para que no piense que merezco de Él la predilección de ser su instrumento... Y me ha hecho clarísimamente ver que soy un miserable, capaz de lo peor, de lo más vil.
Y, discurriendo con estupor sobre lo anotado hasta entonces en los Apuntes exclama:
jamás pude prever que, de anotar las inspiraciones, hubiera de resultar una Obra así [...]. Nadie puede saber mejor que yo, cómo todo lo que va resultando (jamás pensado por mí) es cosa de Dios.
Todo esto que vamos contando sucedía muy a los comienzos, cuando el Padre tenía por delante toda una vida para "perfilar" la Obra. Tarea en la que empleó muchos años de fatigas. Y si los grandes hombres se hacen y definen en el dinamismo de la Historia por el servicio prestado a una alta causa, ¿qué podemos decir del Fundador? La clave de su personalidad está en el trato íntimo con el Señor de la Historia, porque la fundación del Opus Dei es algo que sucedió entre Dios y don Josemaría.
VÁZQUEZ DE PRADA