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Su contribución al Vaticano II
La contribución personal del Fundador al Vaticano II fue, ante todo, una oración prolongada e intensísima. Con extrema sencillez y brevedad lo exponía a sus hijos, cuando estaba a punto de concluir el Concilio: Hijas e hijos míos —les escribía—, conocéis el amor con que he seguido durante estos años la labor del Concilio, cooperando con mi oración y, en más de una ocasión, con mi trabajo personal. Así fue, porque desde el primer momento consideró la empresa ecuménica como cosa propia y buscó el modo eficaz de ayudar cuando el Concilio era tan sólo un proyecto. Estudió atentamente los documentos y alocuciones pontificias, y le alegró sobremanera el saber que el Papa deseaba dar a los trabajos de la Asamblea una orientación pastoral. El encuentro en Roma de Padres Conciliares venidos de todas partes del mundo favorecería extraordinariamente la misión evangelizadora de la Iglesia, al intercambiarse experiencias. Veía también en el Concilio un estímulo para la renovación espiritual de todos los cristianos; y nutría la esperanza de que se abrieran los cauces jurídicos para los nuevos caminos de espiritualidad así como de nuevas formas de vida cristiana, entre ellas el Opus Dei.
La carta del Cardenal Tardini pidiendo sugerencias y temas para el Concilio a todas las autoridades eclesiásticas y académicas tuvo pronta respuesta por parte del Fundador, que organizó una comisión de trabajo en Villa Tevere, a fin de preparar temas para los estudios preconciliares. Al mismo tiempo solicitaba oraciones de todas partes; y, tras la movilización de oraciones, vino la de la gente. No eran muchos los recursos de personal con experiencia en estas tareas. El Opus Dei era una institución naciente. Sin embargo, el Padre se desprendió de lo que pudo, quedando aplastado de trabajo, pues más de un colaborador directo hubo de dejar por algún tiempo su tarea ordinaria. No importa, hijos míos —decía a los suyos—; lo ha querido el Santo Padre. Nosotros hemos de servir siempre a la Iglesia como la Iglesia quiere ser servida. En la fase inicial, el Secretario General del Opus Dei, don Álvaro del Portillo, hubo de trabajar como Presidente de la "Comisión antepreparatoria sobre seglares"; y después como miembro de otra Comisión preparatoria. Finalmente se le nombró Secretario de la "Comisión sobre la disciplina del clero y del pueblo cristiano", además del cargo que desempeñaba como Consultor de otras tres Comisiones conciliares.
Alguna ayuda en forma de sugerencia, voto o consejo, solicitado por alguna de las Comisiones conciliares, dio lugar a determinadas y concretas colaboraciones en las labores conciliares. Así, por ejemplo, el 1 de marzo de 1963, el Secretario de la Comisión Conciliar sobre la Disciplina del Clero y del Pueblo Cristiano, que era don Álvaro del Portillo, solicitó oficialmente del Fundador un voto sobre temas a incluir en el manual para párrocos y en el Directorio catequístico (cfr. RHF, D-15263, documento que comprende también la respuesta, con el envío del voto, el 5 de marzo de 1963).
El Fundador no intervino de manera personal y directa en las labores del Concilio. En virtud de su puesto como Presidente de un Instituto Secular, podría haber sido nombrado Padre Conciliar. Pero, ¿un nombramiento de tal naturaleza, y en ocasión tan solemne, no significaba la aceptación tácita del status jurídico en que se había encuadrado el Opus Dei? El Fundador, como veremos más adelante, llevaba años pidiendo la revisión del encuadramiento canónico en que se le había colocado. Este asentamiento, que para él era provisional, no le daba pie, en conciencia, para reclamar un puesto de Padre Conciliar; y en la Curia entendieron sus razones. Ante tales argumentos, Mons. Loris Francesco Capovilla, interpretando los deseos de Juan XXIII, le invitó a considerar la posibilidad de intervenir como Perito del Concilio. El Fundador agradeció la sugerencia que se le hacía y expuso las razones por las que prefería no aceptarla, dejando en manos del Papa la decisión final. En el Concilio participaban algunos Obispos provenían del clero del Opus Dei: como Mons. Ignacio de Orbegozo, Prelado de Yauyos (Perú) y Mons. Luis Sánchez-Moreno, Auxiliar de Chiclayo; y el Auxiliar de Oporto, Mons. Alberto Cosme do Amaral, Agregado de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz. Pero la contribución del Fundador al Concilio —como veremos— fue de diversa naturaleza y de mucho mayor alcance, aparte los consejos y orientaciones que más de una vez le pidieron.
FRANÇOIS GONDRAND