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La pobreza —gran señora mía, la llamaba— presidía toda su vida
Estas últimas catalinas las escribía arrodillado en su pobre cuartucho, no por especial devoción sino por falta de espacio: Desde hace bastantes días —explica—, por necesidad, pues tengo que escribir en mi cuarto y no cabe bien una silla, escribo las catalinas de rodillas. Y se me ocurre que, como son una media confesión, será grato a Jesús que siempre las escriba así, arrodillado: procurando cumplir este propósito. En medio de aquellas angosturas veía claramente que tenía que resolver, por una parte, la situación canónica, con un nombramiento oficial para la capellanía de Santa Isabel; y, por otra, lograr la tranquilidad económica de los suyos. El mismo se extrañaba de que la familia siguiese subsistiendo en aquellas condiciones. No sé cómo podremos vivir, se preguntaba. Pero lo cierto es que así vivían desde que salieron de Barbastro, aunque las cosas se agravaran de manera alarmante en Zaragoza. Ahora, en Madrid, la vida les resultaba casi un milagro diario. Y, para evitar sinsabores a su madre y hermanos, don Josemaría los alimentaba de esperanzas, sugiriéndoles que las cosas mejorarían:
Hasta ahora, vengo ocultando a mi Madre y mis hermanos nuestra verdadera situación. Así lo he hecho otras veces. Señor, Jesús mío, no es que yo no quiera Cirineos —quiero cuanto quieras—, sino que, con verdadera generosidad y por tu Amor, me gustaría evitarles estos disgustos.
A fines de noviembre la situación se agravó; y tales eran los apuros que se determinó a pedir prestado a los amigos, que, si no le daban dinero, le respondían con buenas razones. Hasta que el Señor le inspiró la idea de acudir a un banco, donde solicitó y obtuvo un préstamo de trescientas pesetas. Ese mismo día, 26 de noviembre, entendió nuevos aspectos de la pobreza y del desprendimiento al recibir la bendición con el Santísimo en la iglesia de Jesús de Medinaceli:
Y entonces —anota al regresar a casa— comprendí muchas cosas: No soy menos feliz porque me falte que si me sobrara: ya no debo pedir nada a Jesús: me limitaré a darle gusto en todo y a contarle las cosas, como si El no las supiera, lo mismo que un niño pequeño a su padre.
Ese fue el día en que escribió a don Ambrosio pidiéndole oraciones. ¿Qué habría pensado el canónigo de haber leído esta otra catalina del 29 de noviembre?:
Jesús, ahora que realmente la Cruz es sólida, de peso, arregla las cosas de modo que nos llena de paz. Señor, ¿qué Cruz es ésta? Una Cruz sin Cruz. Con tu ayuda, conociendo la fórmula del abandono, así serán siempre todas mis Cruces.
En la catalina n. 423 se lee: Ayer escribí al canónigo de Barbastro don Ambrosio Sanz, pidiéndole oraciones; y fija lo escrito en la Vigilia del Apóstol San Andrés (Apuntes n. 421), es decir, el 29 de noviembre. Don Ambrosio dice que recibió la carta «del 26 del pasado». Es posible que, salvo error de memoria, don Josemaría fechase la carta el 26, continuara escribiendo y la echase al correo el 28.
Y es que el Señor, de un soplo, le devolvió la paz, al hacerle comprobar el asombroso y, humanamente, inexplicable comportamiento de su madre y hermana admirablemente dispuestas a lo que Dios quiera.
VÁZQUEZ DE PRADA