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Comienza el Paso de los Pirineos
A eso del mediodía, don Josemaría sube al autobús que va a Seo de Urgel. Le acompañan Juan Jiménez Vargas, Pedro Casciaro, Francisco Botella, José́ María Albareda -el joven doctor en farmacia y química que ha asistido unas semanas antes, en Madrid, a los ejercicios espirituales dados por el Padre, y que ha pedido enseguida formar parte del Opus Dei- y Miguel, un estudiante, antiguo alumno de la Academia DYA.
El Padre viste un pantalón bombacho de franela, un jersey azul de cuello alto y una boina negra. Sus compañeros van equipados, también, con prendas más o menos aptas para andar por el campo.
A medida que el autobús se va acercando a la región montañosa de los Pirineos, los controles se van haciendo cada vez más rigurosos. Por eso, Pedro, Francisco y Miguel, cuya documentación es dudosa, se bajan al llegar a Sanahuja, pueblo situado a unos veinte kilómetros del punto más peligroso, y siguen su camino a pie.
En el cruce de Peramola los demás bajan del autobús; un hombre de unos cuarenta años se aproxima e indica que le sigan. Al cabo de una hora llegan al pueblo y se refugian en una masía, para pasar allí́ la noche. Pero el Padre no puede dormir: no hace más que pensar en los que se quedaron en Sanahuja, que no llegan...
A la mañana siguiente, reemprenden la marcha, a pesar de todo. A medida que se adentran en el monte, aumenta su inquietud por los que faltan.
Al cabo de un buen rato, llegan a una masía. Nuevo alto. El Padre se da a conocer como sacerdote a algunas personas escondidas por allí́ y celebra la Santa Misa.
Pasan las horas. Pedro, Francisco y Miguel siguen sin aparecer... Hasta que, por fin, al día siguiente -21 de noviembre- llegan: el guía, extraviado, les había hecho dar mil rodeos.
Por fin, todos juntos, reemprenden la marcha hacia los Pirineos, que pretenden cruzar arriesgándolo todo. Si las cosas salen bien, llegarán a Andorra, y luego, por Francia, pasarán a la zona nacional.
FRANÇOIS GONDRAND