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Tribulación promovida por el P. Carrillo contra el Padre
Sus sentimientos en la tribulación habían recorrido, durante ese año de 1940, una escala muy humana y sobrenatural. Primero, por su resistencia a creer en la maldad de los hombres. Luego, cuando tuvo que aceptar la realidad de los hechos, porque trató de salvar las intenciones. (Entiendo que no lleva mala intención, pero no coge ninguna cosa de nuestro espíritu y todo lo confunde y trabuca, dice excusando a uno de los murmuradores). Y, en último término, ante la evidencia irrefutable, no cabía otra cosa en el corazón del sacerdote que el perdón y el olvido:
Aunque no quiero tocar este punto —escribe sin dar explicación alguna del asunto de que se trata—, sólo decir que cuesta trabajo creer en la buena fe de quienes calumnian sistemáticamente. Les perdono de todo corazón.
A mitad de noviembre estaba dando unos ejercicios en el Seminario Mayor de Madrid. Salió un día a visitar al Subsecretario de Gobernación y se encontró a la puerta del ministerio con el P. Carrillo de Albornoz (religioso —dice— que ha promovido esta tribulación última tan prolongada). Entonces, sin rencor, con naturalidad, sin tener que acudir a la caridad, ni a la educación, le saludó dándole la mano:
— Mucho gusto en verle, padre: ¡Dios le bendiga!
(El P. Carrillo ya había roto por entonces el pacto por el que se obligaba a comunicar cualquier crítica, pues en esos días, por informes suyos, se había calificado a don Josemaría de "loco o perverso").
— ¿Se acuerda de que tenemos hecho un medio pacto?, le recordó éste.
— De eso ya hablé ayer noche, a las nueve, con el Sr. Vicario, contestó apresuradamente el P. Carrillo, deshaciéndose de su interlocutor.
Al día siguiente escribía el Fundador desde el Seminario esta catalina, que sería la última anotación por todo un año en sus Apuntes:
Día 15 de noviembre, Madrid: [...] Por la tarde, me entró una alegría interior enorme por esa tribulación. Y siento más amor a la bendita Compañía de Jesús, y simpatía y hasta cariño al religioso promotor del jaleo. Además entiendo que este señor es muy simpático y, de seguro, muy buena persona. ¡Que Dios le bendiga y le prospere! —Conté estos detalles, esta mañana, a mi Padre Espiritual José Mª García Lahiguera.
VÁZQUEZ DE PRADA