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9 septiembre 2026

SAN JOSEMARÍA HOY: 1931. Dios es mi Padre

Dios es mi Padre

267* Es preciso convencerse de que Dios está junto a nosotros de continuo. -Vivimos como si el Señor estuviera allá lejos, donde brillan las estrellas, y no consideramos que también está siempre a nuestro lado.
Y está como un Padre amoroso -a cada uno de nosotros nos quiere más que todas las madres del mundo pueden querer a sus hijos-, ayudándonos, inspirándonos, bendiciendo... y perdonando.
¡Cuántas veces hemos hecho desarrugar el ceño de nuestros padres diciéndoles, después de una travesura: ¡ya no lo haré más! -Quizá aquel mismo día volvimos a caer de nuevo... Y nuestro padre, con fingida dureza en la voz, la cara seria, nos reprende..., a la par que se enternece su corazón, conocedor de nuestra flaqueza, pensando: pobre chico, ¡qué esfuerzos hace para portarse bien!
Preciso es que nos empapemos, que nos saturemos de que Padre y muy Padre nuestro es el Señor que está junto a nosotros y en los Cielos
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Se encuentra en el Cuaderno IV, nº 281, 12-IX-1931, fiesta del Dulce Nombre de María. Texto idéntico con las variantes anotadas en apcrít y sin la división en párrafos.
Es uno de los puntos más extensos de C y, tal vez, uno de los más característicos del hondo sentido de la filiación divina que tuvo el Autor y que se manifiesta en todas las páginas del libro. Condensa este punto, en efecto, la predicación del Autor sobre la relación del cristiano con Dios, basada en la proximidad e intimidad amorosa del Señor, cimentada en que ese Dios -interior intimo meo- es Padre lleno de Amor misericordioso al hombre. Esa predicación, a la vez que recogía el meollo de la tradición cristiana, reflejaba su propia experiencia espiritual. Al año siguiente, al comenzar su retiro en Segovia, escribía:
Día primero. Dios es mi Padre. -Y no salgo de esta consideración».
El tenor espiritual del punto se inscribe, por otra parte, en una consideración del Padre de las misericordias hecha desde el «niño», desde la «vida de infancia», y desde la analogía que brinda al Autor su gozosa experiencia de hijo en relación al amor de sus padres.
Esto que decimos cobra un sentido aún más hondo si se tiene presente que este punto está escrito en medio de una contradicción y sufrimiento que se recrudece en aquellos meses. Tres días antes escribía:
«Día 9 de septiembre de 1931: Estoy con una tribulación y desamparo grandes. ¿Motivos? Realmente, los de siempre. Pero, es algo personalísimo que, sin quitarme la confianza en mi Dios, me hace sufrir, porque no veo salida humana posible a mi situación. Se presentan tentaciones de rebeldía: y digo serviam!».
En medio del abatimiento, la fuerza de Dios. Y el Autor de C redacta esta consideración, que es por completo autobiográfica. El «es preciso convencerse...» testimonia ante todo la batalla de la fe. El Espíritu se abre paso en Josemaría Escrivá, concediéndole, de manera escalonada, una experiencia de la paternidad amorosa de Dios, que tendrá un momento importante en la oración del 22 de septiembre y culminará en el evento místico del 17 de octubre.
El 22-IX-1931 anota en el Cuaderno IV, nº 296:
«Estuve considerando las bondades de Dios conmigo y, lleno de gozo interior, hubiera gritado por la calle, para que todo el mundo se enterara de mi agradecimiento filial: ¡Padre, Padre! Y -si no gritando- por lo bajo, anduve llamándole así (¡Padre!) muchas veces, seguro de agradarle. Otra cosa no busco: sólo quiero su agrado y su Gloria: todo para El».
Esta meditación de la paternidad de Dios -Escrivá pone su inteligencia y su corazón en ese «considerar»- es como una preparación espiritual de lo ocurrido el día 17-X-1931, que narrará con las siguientes palabras (en el mismo Cuaderno, nº 334):
«Día de Santa Eduvigis 1931: Quise hacer oración, después de la Misa, en la quietud de mi iglesia. No lo conseguí. En Atocha, compré un periódico (el ABC) y tomé el tranvía. A estas horas, al escribir esto, no he podido leer más que un párrafo del diario. Sentí afluir la oración de afectos, copiosa y ardiente. Así estuve en el tranvía y hasta mi casa. Esto que hago, esta nota, realmente, es una continuación, sólo interrumpida para cambiar dos palabras con los míos».
Nada escribió en su anotación sobre el contenido de esa «oración de afectos, copiosa y ardiente». Pero lo ha dicho al rememorar en muy diversas ocasiones este acontecimiento:
«Os podría decir hasta cuándo, hasta el momento, hasta dónde fue aquella primera oración de hijo de Dios. Aprendí a llamar Padre, en el Padrenuestro, desde niño; pero sentir, ver, admirar ese querer de Dios de que seamos hijos suyos..., en la calle y en un tranvía -una hora, hora y media, no lo sé-; Abba, Pater!, tenía que gritar».
Solía decir que fue una de las veces en que el Señor le concedió más alta oración. Iba en el tranvía y después a pie, hasta su casa, lleno de Dios, como borracho, diciendo en voz alta: Abba, Pater! «Me debieron tomar por loco», escribió años más tarde, rememorando el evento.
PEDRO RODRÍGUEZ