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24 agosto 2026

SAN JOSEMARÍA HOY: 1930. Admisión de Isidoro Zorzano

Admisión de Isidoro Zorzano

Ya no está del todo solo, con el secreto de esta locura, de este fuego cuyo resplandor el Señor le ha hecho ver hace más de dos años. Algunos de los que le rodean han empezado a comprender... Entre ellos, uno en quien había pensado a poco de fundar la Obra: Isidoro Zorzano, aquel antiguo condiscípulo del Instituto de Logroño, persona recta, de gran corazón y buen cristiano. Estaba seguro de que sería capaz de entender ese ideal tan exigente y, con la gracia de Dios, dedicar su vida a esa tarea...
No le había olvidado, pero hacía varios años que no se veían. Sabía, eso sí, que no se había casado, que había terminado la carrera de ingeniero y que trabajaba en Málaga, en la Compañía de Ferrocarriles de Andalucía.
A comienzos de 1930, había decidido escribirle. Una carta muy breve: "No dejes de venir a verme cuando pases por Madrid; tengo que contarte cosas que pueden interesarte..."
Unos meses más tarde, el 24 de agosto, don Josemaría había ido a visitar a un estudiante de arquitectura, que se encontraba enfermo. A poco de llegar, piensa, sin saber por qué, que debe volver a casa. Sale y, cerca ya del Patronato de Enfermos, él, que siempre toma el camino más corto, da un ligero rodeo. De pronto, en la calle de Nicasio Gallego, ve venir en dirección contraria alguien a quien conoce: ¡Isidoro!
-Acabo de estar en el Patronato -dice éste- y, como no estabas, iba a buscar un restaurante y luego a tomar el tren. Voy al Norte, donde mi familia está pasando el verano... Es curioso, pero tenía el presentimiento de que te encontraría aquí, en esta calle...
Ya en las habitaciones del Patronato de Enfermos, antes de que don Josemaría pueda abordar el tema que le insinuaba en su carta, Isidoro dice:
-Josemaría, quería verte para pedirte que me aconsejaras.
-¿Qué te pasa?
-Estoy inquieto. Siento que Dios me pide más, que debo hacer "algo", pero no sé el qué. Me he preguntado a veces si el Señor querrá que me haga religioso, pero no lo veo claro. Tengo mi trabajo de ingeniero, que me satisface... Y no sé qué pensar, quiero que me orientes...
Don Josemaría le escucha estupefacto. Luego dice:
-¿Te acuerdas de mi carta? Pues bien, te he escrito precisamente para hablarte de una obra en la que estoy comenzando a trabajar...
Y empieza a describirle, a grandes rasgos, ese inmenso panorama de santificación del trabajo ordinario y de la vida corriente. La de un ingeniero como él, por ejemplo.
-Veo en esta coincidencia el dedo de Dios -exclama Isidoro-. Cuenta conmigo. Por mi parte, estoy decidido.
Ha sido todo tan rápido que don Josemaría no sabe qué hacer. Pide a su amigo que espere un poco, antes de dar una respuesta definitiva, pues se trata de dar un nuevo giro a su vida... Isidoro se marcha y vuelve después de comer.
Mientras le espera, el Padre reflexiona sobre el sentido de este suceso y pide luces al Señor. Ha sido todo tan rápido... Por una parte, Isidoro no podrá trasladarse inmediatamente a Madrid y no podrán verse con frecuencia, lo que dificultará su indispensable formación; por otra, resulta todo tan claro, tan providencial...
Vuelve Isidoro. Charlan largo rato, hasta la salida del tren. Cuando parte, se considera ya comprometido con el Señor, de manera irreversible, para trabajar a su servicio en esta Obra de Dios, de la cual, de hecho, será el primer miembro que perseverará. A partir de ese momento, Josemaría, su condiscípulo, se ha convertido en El Padre.
FRANÇOIS GONDRAND