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18 agosto 2026

SAN JOSEMARÍA HOY: 1972. Fallece monseñor Dell'Acqua

Fallece monseñor Dell'Acqua

Una mañana suena el teléfono muy temprano en la casa de Civenna. Es Giuseppe Molteni. Pide hablar con Álvaro del Portillo.
- ¿Qué hay? ¿Ocurre algo, Peppino?
- Sí... Perdone, don Álvaro, que llame a estas horas, pero es que ha fallecido monseñor Dell'Acqua.
- ¿¡Qué me dices!? ¿Dónde? ¿Cómo ha sido?
- Ha sido de repente. El estaba en Lourdes... No han facilitado muchos detalles... Pero como sé cuantísimo le quiere..., le quería... el Padre, he preferido adelantarme y darles yo la noticia para que no se entere de golpe, por el periódico...
- Muchas gracias, Peppino por advertirnos. Me has dejado de piedra... Para el Padre va a ser un mazazo, porque se querían muchísimo. Se lo voy a decir ahora mismo, así podremos empezar ya a ofrecer sufragios por él...
Sí, para Escrivá es un golpe fuerte, inesperado. Durante varios días se le nota afectado. Piensa en el cardenal Ángelo Dell'Acqua: un gran amigo y un gran apoyo en la Curia romana.
- Lo siento como si se me hubiera muerto un hermano. Para mí era un hermano... Pero aún me duele más, porque era un servidor leal del Papa y de la Iglesia. Y de esos, el Señor no tiene muchos... Sé bien cuánto ha sufrido este hombre por causa de ciertas personas que no entendían ni su entrega, ni su abnegación, ni su fidelidad a la autoridad de la Iglesia... En el Cielo se habrá encontrado el premio, yo desde ahora, acudo a él como intercesor.
Después en el cuarto de estar o paseando por el lungolario de la ciudad de Lecco, vuelve sobre el tema. Se nota que entre las evocaciones, intercala oraciones breves por su alma.
Recuerda que el cardenal le había contado la lenta agonía de Juan XXIII, invadido por el cáncer y machacado por el dolor.
El Papa Roncalli conocía a Dell'Acqua desde que era un joven sacerdote. Desde entonces le llamaba cariñosamente Ángelino. Cuando Don Ángelo visitaba a Juan XXIII, viejo y enfermo, veía como se iluminaba la cara del Papa. Los ojos le brillaban de alegría allá al fondo de las oscuras cuencas. El Pontífice se desahogaba con su antiguo amigo:
- Ángelino, soffro molto... Offro tutto al Signore, per la Chiesa e, concretamente, per il Concilio Vaticano II...
Era tremendo palpar -entre tanto tragín de médicos, secretarios eclesiásticos, camarlengos, monseñores curiales- la soledad humana de un Papa, en su hora final:
Vieni, Ángelino, avvicinati...
Dell'Acqua se acercaba a la cama. El Papa le cogía la mano y, sacando fuerzas, de no se sabe donde, se la apretaba:
- Cosi mi sento meglio! Cosi posso sopportare piú facilmente il dolore che, a le volte, è grande e mi costa molta fatica... Ho un dolore tremendo... Penso al Signore, penso a la Chiesa, penso al Concilio a ed anzì offro tutta la mia malattia per i buoni frutti di questa sede.
Cuando llegaba el momento de despedirse, Juan XXIII, como un niño a quien asusta quedarse solo, retenía un poco más a su amigo:
- Ángelino, Ángelino mío, non mi lasciare!...Resta ancora un poquino con me!
Escrivá sigue evocando tantas y tantas entrañables conversaciones con el cardenal Dell'Acqua.
- Varias veces me dijo: "Si me llamasen a declarar en los procesos de beatificación de Pio XII y de Juan XXIII, yo no tendría más remedio que hablar del grandísimo afecto que estos Romanos Pontífices -¡los dos!-tuvieron al Opus Dei. Me lo dijeron -uno y otro- expresamente, y considero un deber de conciencia que en el acta de la Historia conste la realidad de ese cariño".
PILAR URBANO