-
Se encomienda a la Virgen para el primer viaje a Roma
Como en todos los momentos importantes, se había encomendado a la Santísima Virgen para que su empresa no fracasara. El 19 de junio, al día siguiente de su partida de Madrid, había orado ante la imagen de la Virgen del Pilar, en Zaragoza. A la que, tras muchos años de invocarla filialmente, le había permitido ver, el 2 de octubre de 1928, en qué consistía aquel querer divino que durante tanto tiempo había permanecido impreciso; a Quien, en 1938, había venido a agradecerle el haberlo salvado, a poco de llegar a la zona "nacional", repitiéndole, con la misma fe de entonces: "Domina, ut sit!". Señora, que este querer divino, que esta Obra de Dios, que ya ha producido tantos frutos de santidad en las almas, se realice ahora hasta el final...
Antes de tomar el barco, había dirigido una nueva plegaria a la Virgen en el monasterio de Montserrat, encaramado en la Montaña Santa, cerca de Barcelona.
Al día siguiente, 21 de junio de 1946, en un pequeño oratorio de un piso de la calle de Muntaner, había querido hacer partícipes de su preocupación y de su confianza a los miembros de la Obra que se habían reunido allí́, recurriendo, para expresar sus sentimientos, a unas palabras de San Pedro a Jesús: Ecce nos reliquimus omnia... (Mat. XIX, 27). ¿Qué será de nosotros, que lo hemos dejado todo para seguirte?
¿¡Señor, Tú has podido permitir que yo de buena fe engañe a tantas almas!? ¡Si todo lo he hecho por tu gloria y sabiendo que es tu Voluntad! ¿Es posible que la Santa Sede diga que llegamos con un siglo de anticipación? (...) Nunca he tenido la voluntad de engañar a nadie. No he tenido más voluntad que la de servirte. ¿¡Resultará entonces que soy un trapacero!?
Dios no puede faltar a su palabra. Él apartará los obstáculos...
Cerca del puerto de Barcelona, no lejos de la maravillosa iglesia gótica de Santa María del Mar, se encuentra la basílica de Nuestra Señora de la Merced, patrona de la Ciudad. Ante la hornacina en la que está colocada la imagen de madera, había depositado sus intenciones y sus plegarias una vez más, a los pies de la Madre de Dios.
Sólo entonces había subido al barco que le conduciría a Italia.
FRANÇOIS GONDRAND