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Tribulación en el Consulado
El piso de encima era considerado anexo dependiente del Consulado. Estaba lleno, a más no poder, de refugiados; entre ellos, el padre Recaredo Ventosa y otros sacerdotes de los Sagrados Corazones. Con el padre Ventosa se confesaba semanalmente don Josemaría. ¿Cuál no sería el asombro del religioso cuando, a altas horas de la madrugada del domingo 9 de mayo, le despertaron porque venían del piso de abajo a verle con urgencia? Nos lo cuenta el visitante, en una nota de esa fecha:
Domingo, 9-Mayo-1937. —He sufrido esta noche horriblemente. Menos mal, que pude desahogarme, a la una y media o las dos de la mañana con el religioso que hay en el refugio. He pedido, muchas veces, con muchas lágrimas, morir pronto en la gracia del Señor. Es cobardía: este sufrir como cuando más, creo que no es otra cosa sino consecuencia de mi ofrecimiento de víctima al Amor Misericordioso. Morir —oraba—, porque desde arriba podré ayudar, y aquí abajo soy obstáculo y temo por mi salvación. En fin: de otra parte, entiendo que Jesús quiere que viva, sufriendo, y trabaje. Igual da. Fiat.
Tan terrible era su angustia que cayó enfermo. No se levantó hasta el sábado, 15 de mayo. Al viernes siguiente escribía esta nota, a todas luces autobiográfica:
En carne viva. Así te encuentras. Todo te hace sufrir, en las potencias y en los sentidos. Y todo te es tentación... —¡Pobre hijo!
Existen claros testimonios de que atravesó diferentes períodos de pruebas. En primer lugar la secuencia de las noches, anteriores y posteriores al 9 de mayo de 1937, cuando, refugiado en el Consulado de Honduras, subió al piso de arriba a desahogarse con el P. Recaredo Ventosa. Otra temporada es la correspondiente a la famosa rosa de Rialp, precedida por dudas punzantes, tanto en Madrid como en Barcelona. Y un tercer período, es el que va de febrero a abril de 1938, cuando habitaba en la pensión de la calle Santa Clara en Burgos. Lo que se nos da a conocer en estas catalinas de marzo de 1938 se prolongará después, por una larga temporada. La continuidad de estos fenómenos de mística purificación no es patente. Las alusiones al tema son muy veladas. Por ejemplo, cuando el Padre escribe a Juan Jiménez Vargas: ¡Si te dijera, Juanito!... Pero no te lo digo. Tal fue la actitud que adoptó frente a sus hijos, para no agobiarles con preocupaciones; pero buscaba también consejo espiritual, como el de don Antonio Rodilla, a quien franqueó su alma.
VÁZQUEZ DE PRADA