-
Mortifica el gusto en el Consulado
De la angustiosa escasez de comestibles da también idea el alborozo con que saluda la llegada de un refuerzo de provisiones, el 5 de mayo: Hoy nos han traído queso y huevos, de parte de mi sobrino Isidoro. Hace unos meses que no habíamos, ni visto, ni olido semejantes manjares.
Ante todo, aquel sacerdote se preocupaba de distribuir entre unos y otros los alimentos que conseguían. No se guiaba por el dicho popular: "quien parte y bien reparte se lleva la mejor parte". Al revés, se las arreglaba para dar la impresión de que comía igual que los demás. En realidad, y sin que nadie lo notase, se llevaba la peor parte. Es decir, se aprovechaba de la escasez para apretarse aún más el cinturón. Pero algunos de sus ayunos no lograban pasar inadvertidos. A este propósito cuenta su hermano Santiago que todos los refugiados esperaban la noche del domingo como niños con la ilusión de una golosina. La cena de los domingos era de migas con chocolate; pero «los domingos Josemaría no cenaba nunca». Y, para prevenirse contra los placeres del gusto, continuó en el Consulado con su vieja costumbre de paladear acíbar. El producto era de libre venta y no quería privarse de él. Las circunstancias de la guerra y de las privaciones por las que tenían que pasar no las consideraba el sacerdote como suficientes para eximirle de vivir hasta en los más mínimos detalles el espíritu de penitencia, sino todo lo contrario. De ahí la nota a Isidoro, el 30 de mayo: Envíame un par de reales de acíbar. De seguro que tendrán en la farmacia de Eugenio, o en cualquier droguería. Que sea en polvo.
VÁZQUEZ DE PRADA