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El Señor en el oratorio del Palau
Llegó así por fin el 25 de mayo, y con él una nueva estancia del Padre en Barcelona. En Madrid, el domingo 23, antes de dar la comunión en la misa a los del Centro de Estudios de Diego de León, y el mismo 25, antes de salir para el aeropuerto y emprender con Álvaro y Pedro Casciaro el viaje a Barcelona, les había pedido que rezasen por algunos asuntos de la Obra: el viaje de Álvaro a Roma, con las gestiones que debía realizar ante la Santa Sede, y el suyo con Pedro a la Ciudad Condal. Llegaron en avión al aeropuerto del Prat esa mañana, y Álvaro, sin entrar en Barcelona, siguió viaje a Roma, con el importante encargo del Padre de dar a conocer en la Curia Romana la documentación para la venia pontificia a la erección en Madrid de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, unida al Opus Dei. Rafael Termes y Juan Masiá recogieron en el aeropuerto al Padre y a Pedro.
El Padre dedicó ese día 25 a resolver algunas dificultades burocráticas que, por simple confusión, habían surgido en la curia diocesana de Barcelona para dar por escrito el permiso de oratorio con reserva del Santísimo Sacramento, a pesar de que el obispo ya lo había concedido verbalmente en abril. Consiguió que desaparecieran aquellas barreras, en las que sin duda algo tenía que ver el demonio. Los demás no nos enteramos de que el Padre se encontraba en Barcelona hasta el día siguiente, el 26 por la mañana en que, una vez todo arreglado, llamó por teléfono al Palau desde el Obispado, para avisar que iba a llegar con el Maestro de Ceremonias de la Catedral. Ya en el Palau, el Maestro de Ceremonias procedió a oficiar la bendición del oratorio. Para festejarlo, el Padre propuso que tomáramos unos dulces. Por la tarde, el Padre y Pedro Casciaro estuvieron de nuevo entre nosotros, charlando de muchas cosas y precisando diversos detalles para la Misa del día siguiente.
Llegó por fin el jueves 27 de mayo, el día largamente esperado en que iba a quedar reservado el Señor en el Sagrario del oratorio del Palau. el primero de un centro del Opus Dei en Cataluña. El Padre celebró la Santa Misa, ayudado por Jaime Termes.
Jorge Brosa, que se había traído una nueva y excelente cámara fotográfica para dejar un recuerdo gráfico del acontecimiento, no acertó a tomar fotos a pesar de su acreditada pericia, debido sin duda a la emoción. Antes de la Comunión, el Padre nos dirigió unas palabras: aludió a lo que se había tenido que esperar para llegar a aquel momento, a las duras contradicciones sufridas en esa ciudad; y nos transmitió su convicción de que esa Cruz que había permitido el Señor era signo del gran desarrollo que iba a tener el Opus Dei en Barcelona y en toda Cataluña: "A este primer Sagrario -nos dijo- le seguirán pronto unos cuantos más en Barcelona". Añadió que el Señor, que nos mimaba a cada uno con amor de predilección, se quedaba verdadera y realmente presente en aquel Sagrario, para que acudiéramos a Él y le abriéramos nuestro corazón con entera confianza, seguros de encontrar su ayuda.
Por la tarde volvió el Padre y nos obsequió en la merienda con unos helados para celebrar el acontecimiento. Él mismo ofició la primera Bendición con el Santísimo en el Palau para casi todos los que habíamos estado por la mañana. Jorge se había hecho ya con la técnica de la nueva cámara fotográfica y sacó bastantes fotos. Todo tuvo que hacerse con rapidez, porque el Abad Escarré, de Montserrat, había invitado al Padre a regresar con él en coche hacia Madrid: el Padre aceptó por hacerle compañía y por las dificultades que había para encontrar plaza en el tren. Mientras de charla con el Padre esperábamos al Abad, llegó Pedro satisfecho por haber conseguido después de muchos esfuerzos dos billetes de tren para el día siguiente. El Padre le dijo que ya no podía eludir el compromiso con el Abad, por lo que se tendría que ir él solo, con la carabela que había comprado en Barcelona para un centro de Madrid.
Acompañé a Pedro a cenar en un lugar próximo, dormimos en el Palau -el Señor no se debe quedar nunca solo en la casa, nos había dicho el Padre-, y a primera hora del viernes 28, Jorge acercó a Pedro, con la decorativa carabela, a tomar el tren en la estación, donde motivó discusiones entre el público acerca de cuál de las tres utilizadas por Colón debía representar. La puntualidad de Jorge evitó el drama anunciado por Pedro, al que le gustaba disponer de amplios márgenes de tiempo para sus viajes: de no llegar a recogerle a la hora convenida -había asegurado- "expiraré como un pajarito".
Siguieron días de trabajo intenso en la preparación de los exámenes, con gran concurrencia en la sala de estudio del Palau, mientras yo trataba de sacar el mayor provecho científico a mi tiempo de permanencia en Barcelona. El permiso militar de que gozaba no se podía prolongar más. Así que el 9 de junio regresé a Madrid.
FRANCISCO PONZ