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30 abril 2026

SAN JOSEMARÍA HOY: 1933. Más profesores para la Academia

Más profesores para la Academia

Desde el punto en que comenzaron a reunirse en Martínez Campos, vio don Josemaría que el piso se les iba a quedar pequeño y que era preciso disponer de una academia, para el desarrollo de las actividades de San Rafael y de San Gabriel. Necesitaba gente y necesitaba dinero; se lanzó a buscarlos. En marzo de 1933 apalabraba a los primeros profesores de la futura academia. Cuando consiguió el segundo, escribía con desbordante optimismo:
Con éste y con Rocamora y con otros que, de seguro, me mandará el Señor, podremos comenzar la parte de la Obra encomendada a S. Gabriel y S. Pablo.
No perdía ocasión de ir atrayendo a gente conocida, a profesionales con la carrera terminada, para integrarles en la futura Academia como profesores: 30 de abril — 1933: [..] El Señor va enviando profesores, para la Academia: Rocamora, González Escudero, Luelmo, Atanasio y los nuestros. Anoche me trajeron a Fernando Oriol.
El primero de junio aparecieron por Madrid los dos miembros de la Obra que trabajaban en Andalucía: Isidoro Zorzano y José María G. Barredo. Su llegada significó el disponer de colaboradores para un nuevo esfuerzo: Se trató de la Academia. Hasta buscaron pisos. Se trabaja y, dentro de este verano, será un hecho, para comenzar en octubre. Al anotar esas palabras se le deslizó una consideración que, en el fondo, es indicio "despersonalizado" de que había estado derrochando sus energías y de que le acechaba el desgaste físico: El trabajo rinde tu cuerpo y no puedes hacer oración. Estás siempre en la presencia de tu Padre. Como los niños chiquitines, si no puedes hablarle mucho, mírale de cuando en cuando... y él te sonreirá.
El empeño de empezar la academia le metía con tal intensidad en el trabajo que un rato dedicado a la lectura del periódico bastaba para provocarle remordimientos:
He pasado ratos de verdadera pena, de dolor intenso, al ver mi miseria por una parte, y por otra la necesidad y urgencia de la Obra. He tenido que interrumpir mis lecturas [...]. Me hacía vibrar de indignación conmigo mismo, pensar que he perdido y pierdo el tiempo... ¡el tiempo de mi Padre Dios!
¿Perdía el tiempo?
Se hace tarde —escribe en sus Apuntes—. Son las doce menos veinte y aún quedan cosas por anotar. Por hoy, la última catalina: ayer tiré al velógrafo una cuartilla, pidiendo oración y expiación, a fin de obtener luces del Señor: para que yo saque tiempo y ordene con brevedad y acierto todo lo referente a la organización de la Obra, tal como Dios lo quiere.
El verse obligado a dar clases particulares era cosa que deseaba evitar, en lo posible. ¿Cómo recuperar esas horas? ¿Por qué no daba Dios tranquilidad e independencia económica a los suyos, de modo que él pudiera ocuparse exclusivamente de la Obra? Sin embargo, es un hecho cierto, y archicomprobado, que el Señor venía siempre en socorro del hogar de doña Dolores. Lo extraordinario de esas intervenciones es que se hacían, justamente, en el último momento y de tal manera que quedaba remediada la familia, renaciendo la tranquilidad de ánimo; pero sin sacarles nunca de los aprietos económicos. El tono pudoroso con que se trataba a la pobreza en casa de los Escrivá hacía poco menos que imposible adivinar las necesidades que padecían:
Dios, mi Padre y Señor, suele darme alegría en medio de la pobreza total en que vivimos. A los demás de casa, excepto algún pequeño rato, también les da esa alegría y esa paz. El Fundador estaba acostumbrado a las intervenciones inesperadas de la Providencia, en caso de extremas dificultades económicas. Como cabeza de familia, junto con la misión recibida de Dios, tenía que ocuparse al mismo tiempo de mantenerlos.
VÁZQUEZ DE PRADA