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Traslado de los restos de don José
En diversas ocasiones había manifestado la Abuela su deseo de reposar junto al marido, en espera de la resurrección final. Así, pues, apenas se cumplió el primer aniversario del fallecimiento de doña Dolores, don José María Millán, antiguo compañero de Seminario en Logroño, avisó al Fundador que estaban ya hechas las gestiones que éste le había encargado para la exhumación de los restos de su padre. Y el 27 de abril de 1942 salía en auto, con Ricardo Fernández Vallespín al volante, para trasladar desde Logroño los restos de don José Escrivá. Con los permisos necesarios ya en regla, y provistos de una arqueta con caja de cinc, se presentaron en el cementerio el Padre y Ricardo en la mañana del miércoles 29 de abril. Al aproximarse a la sepultura vieron la losa apartada y a los sepultureros extrayendo la tierra. Pronto apareció el ataúd. Con el peso de la tierra habían cedido las tablas, que estaban sueltas y deshechas. Sin dificultad se recogieron los huesos. Soldaron luego la caja de cinc en una dependencia del cementerio y se volvieron enseguida a la capital.
La primera persona que encontró don Josemaría al entrar en Diego de León fue a Nisa. Llevaba el Padre su capa corta de paño negro y una arqueta bajo el brazo cuando le dijo en voz queda y tono de satisfacción: Aquí llevo los restos de mi padre, como quien ha cumplido, por fin, una honrosísima obligación.
En el oratorio de Diego de León, sobre una mesita cubierta de un paño negro, dejó la arqueta. Allí quedó hasta el día siguiente, excepto unas horas en que tuvo que llevarla a su cuarto y, por no ponerla en el suelo, la colocó encima de su cama. El 30 de abril fue enterrada la arqueta con los restos del Abuelo en el cementerio de la Almudena, a los pies de la caja de la Abuela, a lo ancho de la hoya.
Pasaron los años y, una vez acabadas las obras de reestructuración en la casa de Diego de León, sede de la Comisión Regional del Opus Dei en España, pudo completar don Josemaría su piadosa tarea. Los restos de ambos Abuelos fueron depositados en la cripta de la casa el 31 de marzo de 1969. Así fue como vinieron a reposar en el sitio que les correspondía, en familia. Por parte del Fundador esto no constituía un acto de discriminación honrosa para con los de su sangre. Sus hijos mayores habían pedido al Padre que así lo hiciera, en justo agradecimiento a todos los bienhechores de la Obra, representados por quienes cooperaron desde la hora más temprana. Entre los bienhechores contaba don Josemaría a todos los padres y hermanos de los fieles del Opus Dei.
Hoy —comentaba el Fundador un día de 1973— cuando vaya a la cripta donde descansan los restos de mis padres, no rezaré sólo por ellos. Mi oración de agradecimiento y de sufragio por esas almas se extenderá a los padres y a los hermanos de todos los que forman el Opus Dei, y naturalmente rezaré por todas las almas del Purgatorio, incluyendo a aquellas que —estoy seguro de que lo hacían con buena intención— no entendieron o pusieron dificultades para mi trabajo o para el trabajo del Opus Dei.
VÁZQUEZ DE PRADA