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Las primeras pruebas
En este año de 1933, el Padre lleva a cabo unos días de retiro en la Residencia de los Redentoristas. Empieza a escribir un documento acerca del espíritu sobrenatural de la Obra en unas cuartillas apaisadas, de las que luego se harán copias a máquina en la Academia “DYA”. Es como una declaración total de la vocación transcendente a la que ha sido invitado, del mensaje que Dios le dio a conocer el 2 de octubre de 1928. Es la herencia, el certificado sobrenatural, que testimonia un hombre acerca de la Obra de Dios en el mundo.
Sin embargo, cada uno de los pasos de esta convicción sobrenatural, lleva aparejadas pruebas que ha de resolver a golpe de fe.
La primera de ellas tiene lugar en Madrid, el jueves 22 de junio de 1933, víspera de la fiesta del Sagrado Corazón. La nota manuscrita en la que el propio Fundador va a referir su experiencia transmite, por su inmediatez, el escalofrío de la verdad: «A solas, en una tribuna de esta iglesia del Perpetuo Socorro, trataba de hacer oración ante Jesús Sacramentado expuesto en la Custodia, cuando, por un instante y sin llegar a concretarse razón alguna -no las hay-, vino a mi consideración este pensamiento amarguísimo: "¿Y si todo es mentira, ilusión tuya, y pierdes el tiempo..., y -lo que es peor- lo haces perder a tantos?".
Fue cosa de segundos, pero ¡cómo se padece! Entonces, hablé a Jesús, diciéndole: "Señor, si la Obra no es tuya, destrúyela; si es, confírmame".
Inmediatamente no sólo me sentí confirmado en la verdad de su voluntad sobre su Obra, sino que vi con claridad un punto de la organización».
Terminará de redactar este escrito el 19 de marzo de 1934. Lo leerán, unos y otros. Muchos años más tarde recuerdan que, después de meditarlo, se levantó en sus almas un mayor deseo de santidad.
ANA SASTRE