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1949. Se instalan en la portería de Villa Tevere
Desde julio de 1947 y hasta febrero de 1949, que es cuando los inquilinos húngaros abandonan la villa, vivirán en esos dos pisos de la portería. Arriba, la Administración y el comedor. Abajo, la Residencia o Pensionato.
Son pocas las habitaciones y muchos los residentes. A cada metro cuadrado se le da un intensivo multiuso. En algunos momentos, tienen la impresión de estar en un autobús a hora punta. Sólo hay una cama "puesta". Por las noches se despliegan colchonetas, como en los campamentos. El Padre recordará más tarde esta extraña e incómoda forma de vivir, sin dramatizar, incluso con buena dosis de humor:
- Como no teníamos dinero, no encendíamos la calefacción. Tampoco teníamos sitio donde dormir. No sabíamos en qué lugar descansaríamos por la noche: si junto a la puerta de la calle, en ese rincón, o en aquel otro. Había una sola cama y la reservábamos por si alguno caía enfermo (...) Vivíamos, como san Alejo, debajo de la escalera.
En esa evocación, lo que Escrivá omitía era que, en cuanto alguien estaba resfriado o tenía un amago de gripe, él mismo se adelantaba, extendía su "petate" bajo la mesa del comedor y allí se echaba a dormir. O que, si le encendían una rudimentaria estufa eléctrica, la apagaba porque le repugnaba estar él calentito, mientras sus hijos pasaban frío.
Durante el día, trabajan ayudando en las obras y en la decoración, estudian, van a las Universidades Pontificias y realizan un intenso apostolado con otros chicos universitarios. Pronto se extenderá la labor por varias ciudades italianas: Turín, Bari, Génova, Milán, Nápoles, Palermo...
A los equilibrios para pagar la propiedad adquirida, y para proveer a la manutención de todos ellos, se añaden los gastos de las obras emprendidas. Durante once años vivirán entre excavadoras, andamios, piquetas, trasiegos de capataces, albañiles, carpinteros, fontaneros... a los que hay que pagar inexorablemente cada sábado, a la una y cuarto del mediodía.
PILAR URBANO