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Aquel 2 de enero de 1932, en que se fue al Hospital del Rey para explicarle la Obra al capellán Somoano, se encontraba físicamente abatido (apagado, como él dice): Yo, a consecuencia de la charla con D. Norberto en la mañana de ese día, andaba caído de fuerzas y estuve, por la tarde al charlar con Somoano, más premioso que de costumbre. Ya pertenece este amigo a la Obra.
Por el fruto nos hacemos cargo de ese no sé qué santificador de su palabra. Y más aún si leemos lo que María Ignacia escribe en su "Pequeño bosquejo" sobre el estado de ánimo del capellán, después de haber conversado acerca de la Obra con don Josemaría: «Recuerdo que me contó como caso único, de ocurrirle el primer día que perteneció a ella, el no poder aquella noche reconciliar el sueño, de la alegría tan grande que sentía».
También don Pedro Cantero notó la estupenda penetración espiritual de su palabra, pues al narrar cómo se había encontrado por vez primera con don Josemaría en un pasillo de la Facultad de Derecho de Madrid, en septiembre de 1930, añade que, tras el saludo y la primera charla, «empezó una amistad que duraría toda la vida [...]. Josemaría fue poco a poco entrando en mi alma, haciendo un verdadero apostolado de sacerdote a sacerdote». Vino luego la República. Se produjeron graves desmanes y sacrilegios, ya reseñados. Dejaron de verse por algún tiempo los dos amigos. E inesperadamente, al caer la tarde del 14 de agosto de 1931, cuando todavía «parecía seguir flotando el humo de la quema de conventos» sobre la capital, don Josemaría se presentó en casa de su amigo. Sacó a don Pedro, que se hallaba con el ánimo tristón y pesimista, de su abatimiento; y de tal forma obró el poder de su palabra que, como dice textualmente mons. Cantero: «cambió la perspectiva de mi vida y de mi ministerio pastoral». Lo que no supo don Pedro era que el Fundador, para lograr ese cambio, se apoyaba en la oración y mortificaciones solicitadas a Isidoro Zorzano, a don Norberto, a las monjas de Santa Isabel, a los enfermos de los hospitales y hasta a su propio Ángel Custodio. Porque era habitual en don Josemaría buscar la "complicidad" de los ángeles en sus empresas apostólicas.
VÁZQUEZ DE PRADA