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25 agosto 2025

San Josemaría hoy: 1975. Un retazo de la muerte del Padre

Lo que sigue ha sido oído por la autora a D. José Luis Soria en "El Brezo" (Palencia), agosto de 1975.
Álvaro del Portillo se percata de la gravedad y, mientras lo sostiene en sus brazos le da la absolución. Al trazar en el aire la señal de la cruz, recuerda que, justo un día como hoy, el 26 de junio de 1944, recién ordenado sacerdote, oyó al Padre en confesión. Esa fue la primera vez que él impartió la absolución. Desde entonces, en treinta y un años, cuantísimas veces habrá hecho ese mismo gesto: ego te absolvo a peccatis tuis...!
Poco después le administra el sacramento de la Unción. En infinidad de ocasiones Escrivá le ha suplicado con mucha fuerza: "cuando esté muriéndome ¡no me privéis de ese tesoro!".
Durante hora y media, en aquel cuarto de trabajo de Don Álvaro se despliega una lucha titánica, con masajes cardíacas, con respiración artificial, inyecciones, oxígeno, electrocardiogramas... Sobre el cuerpo de Escrivá de Balaguer, tendido en el suelo, se turnan en ese esfuerzo varios hijos suyos -Dan Cummings, Fernando Valenciano, Umberto Farri, Giuseppe Molteni (Peppino) y los médicos José Luis Soria (Joe) y Juan Manuel Verdaguer, que también son miembros de la Obra.
Javier Echevarría va y viene trayendo unos objetos de auxilio médico. Después se distancia unos pasos. Su mirada y la de Don Álvaro se cruzan, Javier rompe a llorar con desconsuelo.
Joe Soria toma un oftalmoscopio. Se arrodilla en el suelo, junto al cuerpo de Escrivá. Se inclina hasta rozarle el rostro, le alza uno de los párpados, después el otro. Descarga cada vez el haz luminoso sobre la córnea. Las pupilas del padre están en miosis, muy dilatas, sin tono, no se contraen, no reaccionan ante el estímulo del foco.
Alrededor se ha hecho más denso el silencio. Costillas adentro todos rezan. Joe Soria comenta algo cuya gravedad sólo puede entender Juan Manuel Verdaguer:
- Reflejo pupilar perdido... Ahí está, se ve muy bien, la retinopatía diabética.
Con una mejilla pegada a la del Padre, sigue rastreando dentro de los ojos, por ver si todavía hay un hilo de vida. Quizá venga a su mente un girón del Salmo 12: "Da luz a sus ojos, Señor, para que no se duerme en la muerte".
Sí, ahí están las huellas de la diabetes, tal vez las de algunas lesiones vasculares. Es posible que se vea el rastro de tantos y tantos sufrimientos morales y que hasta las lágrimas hayan dejado ahí sus cicatrices.
Pasado mucho tiempo, Joe Soria conservará una impresión vivísima de aquella exploración del "fondo de ojo". "Era como bucear por el interior del Padre".
Pilar Urbano. El hombre de Villa Tevere. Plaza y Janés, Barcelona, 1995, 7ª ed.