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23 agosto 2025

San Josemaría hoy: 1971. Adeamus cum fiducia ad thronum gloriae ut misericordiam consequamur!

El 2 de octubre de 1968, celebrando en Pozoalbero los cuarenta años del Opus Dei, después de haber sido "asaeteado" por sus hijos con preguntas indiscretas, explicaba:
- Adrede, no he querido contaros nada... He ido zafándome... Yo os mentiría, si os dijera que el Señor no ha tenido conmigo intervenciones extraordinarias. Lo ha hecho siempre que ha sido necesario para la Obra... Y son intervenciones que no deseo para nadie porque, aunque dejan el alma llenan de paz, son también de una enorme exigencia (...) Pero muy especialmente en un día como hoy, no he querido contaros nada de eso, para que se os quede muy grabado que el camino nuestro es lo ordinario: santificar las acciones vulgares y corrientes de cada día... hacer endecasílabos ¡verso heroico! de la prosa diaria.
Del Portillo había visto, no una vez ni dos, sino muchas, durante el desayuno, después de repartirse las páginas de la prensa del día, cómo Escrivá, apenas se había enfrascado en la lectura, se quedaba abstraído, metido en Dios: apoyaba la frente sobre la palma de una mano y dejaba de leer el periódico, para hacer oración...
Cuando, después de la muerte de Escrivá de Balaguer, don Álvaro, ordenando sus escritos, leyó los cuadernos de "Apuntes íntimos", se impresionó vivamente al descubrir que, esa facilidad para dejarse inundar por la efusión de Dios, ya la tenía desde sus años de juventud. Así, en uno de esos cuadernos, aparece esta anotación, tan sencilla como reveladora:
"Oración: aunque yo no te la doy, me la haces sentir a deshora; y a veces, leyendo el periódico, he debido decirte: ¡déjame leer!".
En otras ocasiones, eran como aldabonazos que resonaban con fuerza en su conciencia y en su consciencia. También leyendo el periódico, después de haber celebrado Misa, mientras desayunaba el 23 de agosto de 1971 en Caglio, un pueblecito del norte de Italia, sintió con nitidez una locución de Dios, con palabras muy precisas: Adeamus cum fiducia ad thronum gloriae ut misericordiam consequamur! "¡Vayamos con confianza al trono de la gloria, para conseguir misericordia!". Inmediatamente después de recibir en su interior ese hablar de Dios, bajito pero con diafanidad, Escrivá refirió lo ocurrido a Álvaro del Portillo y a Javier Echevarría, que estaban con él. Les hizo notar que esa frase no era idéntica a la de San Pablo en la Epístola a los Hebreos. El texto paulino dice ad thronum gratiae; pero Escrivá había "oído" ad thronum gloriae. Sin la menor vacilación, y brillándole los ojos de alegría por el hallazgo -eran tiempos en los que Escrivá andaba como en carne viva, de sufrimiento por la Iglesia- les aclaró que Thronum Gloriae había que tomarlo como referido a la Virgen, Trono de Dios, con idéntico sentido con que se la llama Sedes Sapientiae, Asiento de la Sabiduría.
Pero esto no era un verso suelto, ni el vuelo errático de un pájaro solitario por el cielo. Formaba parte de un largo e intenso diálogo entre Josemaría y Dios. Esa locución era un trazo más en una interlocución que se traían el uno y El Otro.

Pilar Urbano. El hombre de Villa Tevere. Plaza y Janés, Barcelona, 1995, 7ª ed.