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21 agosto 2025

San Josemaría hoy: 1972. Cuando el sol se esconde

Esa zona de La Brianza es más bien fresca y húmeda con frecuentes lluvias, nieblas y tormentas. Un día, Giuseppe Molteni viaja en coche desde Milán hasta Civenna. Lleva con él a Carlos Cardona, miembro también del Opus Dei, que va a trabajar con el Padre en alguna de las Homilías que está revisando. Cae una lluvia torrencial, espesa e incesante. Las tormentas se suceden una a otra a lo largo del trayecto, pero Giuseppe, enamorado de su Brianza, no se cansa de repetir, como si fuera un agente publicitario:
- E pure, Carlos, tra le nuvole ci stà il sole...
En cuanto llegan, Carlos Cardona se lo cuenta al Padre:
- Para que no se me viniera el alma a los pies, cada vez que sonaba un trueno, Peppino me decía: "Sin embargo, Carlos, detrás de esas nubes está el sol". Y yo le contestaba: "pues, si tú lo dices, estará, pero ¡caray, el tío cómo se esconde!". Escrivá se ríe con ganas.
- Peppino eres muy divertido... pero tienes que ponerte de acuerdo con tus paisanos, porque ellos no hacen más que decir que la lluvia y la niebla son vuestra riqueza... De todos modos, elogiando a tu tierra, has dicho una gran verdad, que se puede aplicar a la vida espiritual: Hay momentos en los que, tal vez por nuestra falta de correspondencia a la gracia, dejamos de ver la luz. En otras ocasiones, el Señor permite esa oscuridad, para probar muestra fe y nuestra lealtad. Yo he dicho hace ya muchos años que, en el camino hacia Dios, una vez que se ha visto la luz de la gracia, de la llamada, hay que marchar adelante con fe, con entereza, dejando, quizás, jirones de ropa o incluso de carne, en las zarzas del sendero. Pero hemos de seguir, con la certeza de que Dios es el de siempre y no puede fallar. Si le somos fieles, después de la tormenta y de la oscuridad vendrá la bonanza y brillará para nosotros un sol de maravilla, todavía más luminoso... Hijos mío, después de haber escuchado la voz de Dios, no se puede volver la cara atrás.
Como Civenna está a poco más de cuatro kilómetros de la frontera con Suiza y a menos distancia aún, en línea de aire, sus emisiones de televisión se captan muy bien. El receptor de la casa está preparado para la tv en color. El primer día que conectan, Escrivá se sorprende como los demás:
- ¡Qué bien se ve! No me imaginaba yo que quedase una imagen tan lograda y con un colorido tan natural. Es tan atractivo el color que le mete a uno ahí, en la pantalla, den lo que den...
Después de esa primera impresión, cuando ya han apagado el televisor, reflexiona en voz alta:
- Todos estos progresos, grandes y pequeños, tienen que llevarnos a dar mucha gloria a Dios. Todo trabajo humano noble, bien realizado y bien empleado es un instrumento prodigioso para servir a la sociedad y para santificarse... Supongo que a vosotros os habrá sucedido lo mismo que a mí: Hace un momento, cuando veíamos la televisión, me resultaba fácil levantar el corazón al Cielo, dando gracias por esa perfección técnica de las imágenes, del colorido... Y enseguida -porque es una idea que me ronda siempre en la cabeza- pensaba en el bien y en el mal que se puede hacer con la televisión y con todos los medios de comunicación. ¿Bien? Sí, porque son un vehículo formidable para llegar a muchas personas, captando su atención de un modo muy atractivo. ¿Mal? También, porque con las imágenes y con el texto, pueden ir metiendo doctrina equivocada, moral falseada. Y la gente se traga esos errores y esas falsedades sin darse cuenta, como si fuera oro colado. Por eso insisto tanto en que el apostolado a través de los medios de comunicación tendrá siempre mucha, mucha importancia. Y los católicos que tengan esa vocación profesional deben estar ahí, presentes y bien activos: ausentarse, sería desertar.
Pilar Urbano. El hombre de Villa Tevere. Plaza y Janés, Barcelona, 1995, 7ª ed.