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Los personajes célebres, los famosos de cada temporada, pueden llevar una vida confortable y muelle. Los grandes hombres, no. Un hombre grande jamás se arrellana, jamás se acomoda, jamás se conforma, jamás se solaza en la autocomplacencia de la tarea realizada. Su actitud permanente es la de levantarse exultante, para recorrer el camino con prisa... como si fuera un gigante. Ut gigas.
Ut gigas... Un día de agosto de 1941, Josemaría Escrivá dirige la meditación en la penumbra del oratorio de Diego de León, 14, en Madrid. Habla de fe, de audacia, de atreverse a pedir ¡la luna! con una confianza indesmontable en que Dios puede darla...
- ¿Miedo? ¡Miedo a nadie! ¡ni a Dios!... porque es mi Padre.
Se vuelve hacia el Sagrario y, mirando hacia ese punto, con la naturalidad de quien, de veras, conversa con Alguien que está allí, en aquella misma habitación, agrega:
- Señor: no te tenemos miedo, porque te amamos.
Pilar Urbano. El hombre de Villa Tevere. Plaza y Janés, Barcelona, 1995, 7ª ed.