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San Josemaría hoy: Admisión del beato Álvaro en 1935
Inédito
Con don Alvaro comenzó la costumbre de pedir la admisión por escrito. Decía: "El primero que pidió la admisión por escrito fui yo, el 7 de julio de 1935. Cuando me hablaron de la Obra y decidí pitar, el Padre me dijo: ponme unas letras. Escribí cuatro líneas, redactadas con estilo de ingeniero. Venía a decir: he conocido el espíritu de la Obra, y deseo pedir la admisión; algo así". En una tertulia el 14-II-1980, recordaba don Alvaro: "Cuando pité tenía 21 años; un año después empezó la guerra en España, y pasamos mucho tiempo juntos el Padre y yo, con otros; cuando nos quedábamos solos en aquel cuartito pequeñito de la Legación de Honduras -en el que vivíamos seis-, me hacía muchas confidencias. Ya antes me dejó para que los leyera muchos de sus escritos, en los que aparecían sus hijas y tantos apostolados que después han surgido de modo aparentemente espontáneo, como consecuencia de una labor de años". Años después contaba don Alvaro: "Hice la fidelidad el día de San José de 1936. Entonces se llamaba la esclavitud, y la ceremonia era un poco más larga. NP la recortó porque no quería conceder nada al corazón. Al presidir la ceremonia, el Padre besaba los pies del que había hecho la fidelidad mientras decía unas palabras de la Sagrada Escritura: quam speciosi pedes evangelizantium pacem, evangelizantium bona!. Esto hizo nP conmigo. Y yo le devolví ese beso en cuanto pude: cuando su alma ya se había ido al Cielo. Si le besé los pies en aquel momento, fue porque me acordé de que el Padre me los había besado a mí, y le devolví ese beso".
1971. Descansando en Caglio
Caglio es un pequeño pueblo de montaña en el norte de Italia, cerca del lago Como y a unos ochenta kilómetros de Castel d'Urio. En ese tranquilo lugar del Comasco, que ni siquiera viene en los mapas, alquilan una casita, Villa San Agostino, para pasar varias semanas entre julio y agosto de 1971. Como siempre, instalan el oratorio en la mejor habitación del piso alto, que ofrece mayor seguridad. En esa misma planta, los dormitorios. Abajo, el comedor, la cocina, el cuarto de estar que servirá también como lugar de trabajo en común. Esta vez la casa es más reducida y todos han de limitar su libertad de movimientos.
Josemaría Escrivá y Álvaro del Portillo llegan cansados, "breados" por un año de trabajo muy exigente y en el que determinadas "buenas personas" del Vaticano -concretamente, uno- han seguido dando pábulo a esa atmósfera de desconfianza, de diffidenza, contra la Obra, que dura ya demasiado tiempo.
Este año 71, en los momentos más inclementes, Escrivá repite unas palabras, una especie de "oración de bolsillo", que escribió a vuela pluma, para dejarlo todo en las manos poderosas de Dios:
"Señor, Dios mío, en tus manos abandono lo pasado, lo presente y lo futuro, lo pequeño y lo grande, lo poco y lo mucho, lo temporal y lo eterno".
A Caglio viene a descansar. Y él descansa recogiéndose, engolfándose, en intimidad con Dios.
Como ocupación se ha traído el estudio de una porción muy concreta de la Biblia: los cinco libros del Pentateuco.
El mismo día de la llegada, después de cenar, ven el telegiornale. El viaje ha sido largo -ocho horas de carretera- y sienten el cuerpo "abollado". Javier Echevarría les informa:
- Por este canal van a dar, ahora mismo, una película: "La canción de Bernardette" de la actriz Jennifer Jones. Es muy antigua, yo la vi hace muchos años, pero me pareció que estaba hecha con bastante respeto...
Cuando llevan tres cuartos de hora de película, y -como dice Javier Cotelo- "ya estábamos metidos en harina", estalla una tormenta y se va la luz. El apagón afecta a toda la casa. Por un instante se quedan decepcionados y desconcertados. Entre otras cosas, no saben moverse a ciegas por una vivienda que todavía desconocen. Con el mechero encendido, Javier E. sale a buscar unas velas o una linterna.
Charlan un rato, a la luz de la vela. Álvaro del Portillo intenta ver, a través de los cristales, si en la casa de los guardeses hay luz. Pero todo está a oscuras.
- Esto no tiene trazas de arreglarse...
Escrivá está comentando la película: "aunque se nota que es antigua, el tema está tratado con dignidad, sin cursilería...". Al oír a Álvaro, indica:
- Bueno, esperemos unos minutos más. Y si no llega la corriente, nos vamos a hacer el Examen y le ofrecemos al Señor esta pequeña contrariedad, por los apostolados de la Obra. No es una gran cosa, pero la vida espiritual, como la humana, está tramada con pequeñeces de este porte.
Pilar Urbano. El hombre de Villa Tevere. Plaza y Janés, Barcelona, 1995, 7ª ed.