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Pío XII ya había recibido en audiencia dos veces a Álvaro del Portillo; y también, por separado, a los profesores de Derecho Orlandis y Canals; y al científico José María Albareda, cuya talla intelectual asombró al Pontífice. Ahora se prepara la primera audiencia a Escrivá de Balaguer, que será muy pronto: el 16 de julio. Pío XII no sólo ha conocido, pues, a varios miembros de la Obra, sino que desde 1943 reza nominalmente por el Fundador y tiene sobre la mesilla de su habitación un ejemplar de Camino. Así se lo contará a Encarnita Ortega -también numeraria-, cuando unos meses más tarde la reciba, junto a Carmen Escrivá, la hermana del Fundador.
Las primeras palabras de cariño y aliento que Escrivá escuche en Roma serán las de monseñor Montini quien, pasado el tiempo, regirá la Iglesia bajo el nombre de Paulo VI. Como si supiera que, tarde o temprano, el Papa y el Fundador del Opus Dei van a tener una continuada relación, empieza ya a "alfombrar" este primer encuentro, con un detalle humano: En cierta ocasión, estando con Salvador Canals y otros dos numerarios, les pide "alguna fotografía del Fundador, para poder enseñarla al Papa". Uno de ellos se lleva rápidamente la mano al bolsillo interior de la chaqueta. Saca su billetera. Busca unos instantes y enseguida muestra al Cardenal Montini una foto pequeña del Padre, de ésas de tipo carnet que llevan un festón puntiagudo en los bordes. Por un momento duda sobre si procede o no hacer llegar hasta las manos del Santo Padre esa fotografía, así, como está: algo amarillenta y escrita por detrás... Montini no puede evitar una simpática expresión de asombro, al leer la curiosa dedicatoria que Escrivá trazó al dorso de la cartulina: "Bandido: ¿cómo te portas con tus padres?"
En esa conversación privada, Escrivá de Balaguer explicará al Papa qué es y qué no es el Opus Dei. A partir de esa entrevista, Pío XII pondrá en marcha la nueva Constitución Apostólica Provida Mater Ecclesia, marco jurídico por el que se crean y regulan los Institutos Seculares.
Podía servir para que el Opus Dei tuviera cierto anclaje canónico dentro de la Iglesia. De algún modo, ahí se reconoce el hecho novedoso de la entrega total de los laicos, permaneciendo en el mismo estado, oficio y lugar que ocupaban en el mundo. Pero esta formulación -hecha ex profeso para el Opus Dei- no cuadra bien con la auténtica secularidad que la Obra precisa. Aún así, Escrivá consigue, con el Decretum laudis de aprobación del Opus Dei, emitido apenas tres semanas después, el reconocimiento de algo mucho más "revolucionario" para la tradición de la Iglesia, aunque tan antiguo como el propio cristianismo: la unidad, de hecho y de derecho, de la vocación a la santidad, que el Opus Dei promueve, tanto para hombres como para mujeres, tanto para sacerdotes como para seglares, y tanto para solteros como para casados.
Y todo ello, sin utilizar atajos ni vericuetos privilegistas: Josemaría Escrivá rezó e hizo rezar, estudió e hizo estudiar, trabajó e hizo trabajar, llamó a las puertas donde debían oírle, guardó muchas, muchísimas, antesalas... y habló siempre con la fuerza y la humildad de quien está esforzándose por sacar adelante algo que no es ambición propia, sino encargo querido y requerido por Dios. Esa seguridad en que la Obra es divina, será, sin duda, la clave de su persuasión. Pero en todo momento y en todas las instancias, diría con claridad y tenacidad "baturras" que él estaba en la dinámica de una espera: "en un conceder, sin ceder, con ánimo de recuperar". La Provida no era, y se vio enseguida, el "traje adecuado" para andar por las calles del mundo, nel bel mezzo della strada, siendo gente corriente, the ordinary people: los demás entre los demás.
"El Opus Dei -escribió el Fundador-, en la Iglesia de Dios ha presentado y ha resuelto muchos problemas jurídicos y teológicos -lo digo con humildad, porque la humildad es la verdad-, que parecen sencillos cuando están solucionados: entre ellos, éste de que no haya más que una sola clase, aunque esté formada por clérigos y laicos".
Pío XII vislumbró, sin duda, la espléndida realidad de santidad individuada y de apostolado personal que el Opus Dei iba a irradiar por toda la tierra. También se percató del temple espiritual de Josemaría Escrivá y de la envergadura divina de su fundación, a la que él mismo sancionaría de modo definitivo el 16 de junio de 1950. Algo más tarde le comentaba al Cardenal Norman Gilroy de Sydney (Australia), que estaba hondamente impresionado por una visita reciente de Escrivá de Balaguer: "Es un verdadero santo, un hombre enviado por Dios para nuestro tiempo" (8). Nada hacía presentir las horas amargas, los intensos sufrimientos, que Josemaría iba a padecer, aun sin quererlo el Papa, bajo este pontificado.
Pilar Urbano. El hombre de Villa Tevere. Plaza y Janés, Barcelona, 1995, 7ª ed.