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6 junio 2025

San Josemaría hoy: 1956. De puertas y ventanas

Un día muy luminoso de junio de 1956, pasea con Carlos Cardona arriba y abajo por el pasillo del tercer piso de la Villa Vecchia. Va dándole ideas precisas para que elabore un artículo doctrinal sobre el trabajo, como quicio de la vocación a la santidad en el Opus Dei. Carlos toma notas taquigráficas y veloces, en su agenda, mientras camina junto a él. De pronto, Escrivá se detiene: señala unas ventanas por las que está entrando el sol a raudales.
- Esas persianas tendrían que estar echadas. El sol puede estropear todo lo que hay ahí dentro...
Cardona, apresurado, se lanza a cerrar las persianas, sin fijar antes las hojas de las contraventanas y con riesgo de que golpeen los muros. Pero el Padre se adelanta con agilidad y las sostiene, evitando el golpe. Después, con la misma seriedad y el mismo interés con que venía dictándole el artículo sobre la teología del trabajo, le dice, acompañando las palabras con la acción:
- Hijo mío, antes de abrir la ventana, se cierran las contraventanas. Se hace esta pequeña mortificación... Se dice, con la mente, una jaculatoria... ¡Y esto es todo lo que nos pide Dios! ¡No nos pide más!
¡A cuántos hijos les habrá enseñado el "arte" sencillo de cerrar bien una puerta, "diciendo por dentro unas palabricas de amor al Señor"! ¡Cuántas veces ha tenido que indicar que un cuadro está torcido; que en tal lugar hay una bombilla fundida; que, al pasar la máquina de abrillantar los suelos, cuiden no raspar los rodapiés, porque en aquel ángulo ya se ha desportillado la pintura...! No son manías. Es orden. Es pobreza. Es atención a las cosas pequeñas. Es no sentirse dueño. Es tener muy viva la conciencia de que "ahí, en esas pequeñeces, es donde nos espera Dios". Y, en alguna ocasión, después de advertir éste o aquel detalle mínimo, una sonrisa simpática y un "¡perdona, hija mía, que sea tan fijón!".
Muchas veces dice lo de "si puertas, ¿para qué abiertas?; si abiertas, ¿para qué puertas?", explicando con paciencia -¡pasa tanta gente joven, año tras año, por esas casas romanas de Villa Tevere!- algo tan obvio como que "las puertas se ponen para abrirlas cuando haga falta y volverlas a cerrar: lo suyo es estar cerradas; si no, habríamos puesto arcos por toda la casa, que son mucho más baratos".

Pilar Urbano. El hombre de Villa Tevere. Plaza y Janés, Barcelona, 1995, 7ª ed.