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Junio de 1974. Tertulia multitudinaria en el Centro de Congresos General San Martín, de Buenos Aires. Un hombre joven toma la palabra:
- Soy de la Obra. Mi madre, que es casi toda mi familia, porque yo no tengo padre...
En ese punto, Escrivá le interrumpe con rápidos reflejos:
- ¿Tú no tienes padre? ¡¿Cómo...?!
Entre los dedos de su mano izquierda, toma, sucesivamente, el pulgar, el índice y el medio de la derecha, apretándolos uno a uno, como para hacer más visible la cuenta de enumeración:
- Uno, en el Cielo... Otro, en el Cielo... Y yo: ¡tres!
- Pues como hoy en Argentina celebramos el día del padre, ¡felicidades, Padre! Verá: mi madre está muy contenta con mi vocación. Pero a veces se preocupa por lo que vaya a ser de mí, cuando sea viejo... Dice que no voy a tener familia... Ella está acá, mírela, Padre... Quiero que le explique que sí tenemos familia y que nos queremos mucho...
- Sí, siéntate. Una vez, hace muchos años, había en cierto país un hombre del Opus Dei que no estaba conforme con la manera de proceder de un jefe de Gobierno, y había escrito unas cosas en un periódico que hirieron a ese personaje. Y ese señor, muy poderoso, se enfadó y declaró que el otro, el del Opus Dei, no tenía familia... Y yo, que sí tengo familia, inmediatamente pedí una audiencia, que no me pudieron negar...
Escrivá, sin señalar los lugares ni mencionar a los protagonistas, está aludiendo a un episodio real que ocurrió en España: Un miembro de la Obra, Rafael Calvo Serer, había escrito un artículo en oposición al régimen franquista. La reacción de las autoridades fue muy dura, y se vio obligado a exiliarse. Sobre esto el Padre no tenía nada que decir, porque se trataba de cuestiones en las que no intervenía: correspondían a sus hijos como ciudadanos libres y responsables. Pero, entre otras injurias lanzadas contra aquel hombre de la Obra, dijeron que era "una persona sin familia". El Fundador reaccionó entonces como un padre que defiende a su hijo. Se fue a España inmediatamente, solicitó audiencia a Franco y fue recibido enseguida. Sin entrar en las causas de las divergencias políticas, afirmó con toda claridad que no podía tolerar que de un hijo suyo se dijera que era un hombre sin familia: tenía una familia sobrenatural, la Obra, y él se consideraba su padre. Franco le preguntó: "¿Y si le meten en la cárcel?" Escrivá respondió: "Yo respetaré las decisiones de la autoridad judicial; pero, si lo llevan a prisión, nadie me podrá impedir que facilite a ese hijo mío la asistencia espiritual y material que necesite". Repitió las mismas ideas al almirante Carrero Blanco, brazo derecho de Franco. Y uno y otro, con caballerosidad, reconocieron que el Fundador del Opus Dei tenía razón.
Escrivá sigue hablando:
- Y le dije: Tú... le dije de tú y no le conocía... Tú no tienes familia; ¡éste tiene la mía!...Tú no tienes hogar; ¡éste tiene mi hogar!...Me pidió perdón.
Ahora se dirige a la madre del que le había interpelado.
- Tú ya sabes que tu hijo tiene familia y tiene hogar. Y que morirá rodeado de sus hermanos, con un cariño inmenso. ¡Feliz de vivir y feliz de morir! ¡Sin miedo a la vida y sin miedo a la muerte! ¡A ver quién dice por ahí esto! ¡Sin miedo a la vida y sin miedo a la muerte! ¡Es el mejor sitio para vivir y el mejor sitio para morir: el Opus Dei!
Está hablando de pie, sobre un estrado, con un brío, una pasión y una expresividad asombrosas en un hombre de setenta y dos años. Millares de ojos concentran la atención en su figura. Todo el auditorio está prendido en sus palabras. Ahora se detiene. Echa la cabeza levemente hacia atrás. Cierra los ojos. Respira hondo. Después, como paladeando su propia impresión, con las veras del alma, exclama:
- ¡Qué bien se está, hijos míos!
Pilar Urbano. El hombre de Villa Tevere. Plaza y Janés, Barcelona, 1995, 7ª ed.