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17 junio 2025

San Josemaría hoy: 1946. Hace su primer viaje a Roma

El Padre reúne en un centro del Opus Dei, en la calle Villanueva de Madrid, a los que entonces forman parte del Consejo General de la Obra. Les lee las cartas de Álvaro y les expone sin paliativos el dictamen desfavorable de los médicos a que emprenda ese viaje:
- Los médicos afirman que puedo morirme en cualquier
momento... Cuando me acuesto, no sé si me levantaré. Y cuando me levanto por la mañana, no sé si llegaré al final del día...
Son chicos jóvenes los que integran el gobierno de la Obra, pero tienen la madurez de la vida interior. Estrujándose el corazón, ponen por delante las exigencias de una misión que les trasciende. Sin dudarlo un instante, se adhieren a lo que adivinan que el Padre desea hacer. Y le animan a zarpar cuanto antes.
- Os lo agradezco. Pero hubiese ido en todo caso: lo que hay que hacer, se hace.
Esto es el lunes 17 de junio de 1946. En cuestión de horas se tramitan los visados y los pasajes. El miércoles 19, a las tres y media de la tarde, el Padre sale por carretera hacia Zaragoza. Desde allí seguirá a Barcelona. Embarcará en el "J.J. Sister" hasta Génova. Y finalmente, también por tierra, cubrirá la última etapa de ese larguísimo viaje que le lleva a Roma. Ahora se realizaría en un breve vuelo de Barajas a Fiumicino; pero entonces, recién terminada la guerra mundial, sin comunicaciones aéreas comerciales entre España e Italia, e interceptada la frontera con Francia, tenía que ser así.
En ruta, Escrivá ha querido detenerse en tres santuarios dedicados a la Madre de Dios: En Zaragoza, el Pilar. Al paso por los Bruchs, una desviación hasta Montserrat. Al fin, en Barcelona, visita a la Virgen de la Merced. Es el hijo que busca en su Madre, "omnipotencia suplicante", todas las recomendaciones, todas las fuerzas, todas las luces y todas las gracias que van a hacerle falta.
También en Barcelona, a primera hora de la mañana del viernes 21, Escrivá se reúne con un pequeño grupo de hijos suyos, en el oratorio de un piso de la calle Muntaner. Hacen juntos un rato de oración. El Padre, mirando fijamente al Sagrario, interpela al Señor con palabras que a Jesucristo le son bien conocidas: "Ecce nos reliquimus omnia, et secuti sumus te: quid ergo erit nobis? He aquí que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. ¿Qué será de nosotros?".
Es, al pie de la letra, lo misma queja que dos mil años atrás le lanzó Pedro, erigiéndose en portavoz de la inquietud y la ansiedad de los Doce. El Padre hace una pausa. Se diría que el horizonte está cerrado, encapotado y presagiando un desenlace de desastre. Con la imponente confianza de ese buen amor capaz de encararse con Dios en un tuteo hondo, amistoso, que viene de muy atrás, Escrivá sigue hablando en una media voz íntima, recia, emocionada:
- ¿¡Señor, Tú has podido permitir que yo de buena fe engañe a tantas almas!? ¡Si todo lo he hecho por tu gloria y sabiendo que es tu Voluntad! ¿Es posible que la Santa Sede diga que llegamos con un siglo de anticipación...? Ecce nos reliquimus omnia et secuti sumus te!... Nunca he tenido la voluntad de engañar a nadie. No he tenido más voluntad que la de servirte. ¿¡Resultará entonces que soy un trapacero!?
Todos los que están en ese pequeño oratorio de Muntaner saben ya muy bien lo que es "dejarlo todo" y pagar por ello con tiras de su propia honra: precisamente en Barcelona, ciertas "buenas personas" vienen maquinando desde hace tiempo una durísima campaña de insultos y calumnias contra el Opus Dei, encizañando a las familias y alertándoles por si sus hijos "caen en las redes de esa nueva herejía". Sin embargo, las palabras de Josemaría Escrivá no son ni un reproche, ni un pasar factura. Son la súplica, en última instancia y casi en quiebro de llanto, de quien no tiene en la tierra más agarradera que el cielo.
Ya muy entrada la noche del 22 de junio, el "J.J. Sister" atraca en el puerto de Génova. Paseando por los muelles, esperan Álvaro del Portillo y Salvador Canals. El Padre abraza fuerte, muy fuerte, a sus dos hijos. Después, se dirige a Álvaro y, mirándole por encima del aro de sus gafas, le dice, con humor castizo:
- ¡Aquí me tienes, ladrón!... ¡Ya te has salido con la tuya!
Es tan tarde, cuando llegan al hotel, que ya no sirven nada ni en el comedor ni en la habitación. El Padre sólo ha tomado un café con galletas, desde que salió de Barcelona treinta horas antes. Un pequeño trozo de queso parmigiano, que Álvaro había guardado de su cena, pensando que podría gustarle al Padre, es lo único que Escrivá comerá esa noche.

Pilar Urbano. El hombre de Villa Tevere. Plaza y Janés, Barcelona, 1995, 7ª ed.