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24 mayo 2025

San Josemaría hoy: 1941. Los sucesos de Barcelona

1941. Los sucesos de Barcelona
Ana Sastre, Tiempo de caminar. Rialp, Madrid, 1990, 2ª ed
El día 9 de mayo de 1941 el Abad Coadjutor de Montserrat, Aurelio M. Escarré, escribe al Obispo de Madrid-Alcalá, Monseñor Leopoldo Eijo y Garay, para pedirle información acerca del asunto Opus Dei, «fundación del Dr. Escrivá, sacerdote de esa su Diócesis».
El Obispo recibe la carta el 23 y su contestación no se hace esperar. Explica al Abad su tristeza por una campaña que no puede comprender más que a la luz de la advertencia evangélica: putantes se obsequium praestare Deo. Quizá los que atacan a la Obra piensan que hacen un servicio a Dios.
«Créame, Rvdmo. P. Abad, el Opus es verdaderamente Dei, desde su primera idea y en todos sus pasos y trabajos. El Dr. Escrivá es un sacerdote modelo, escogido por Dios para santificación de muchas almas, humilde, prudente, abnegado, dócil en extremo a su Prelado, de escogida inteligencia, de muy sólida formación doctrinal y espiritual, ardientemente celoso, apóstol de la formación cristiana de la juventud (...).
Y en el molde de su espíritu ha vaciado su Opus. Lo sé, no por referencias, sino por experiencia personal. Los hombres del Opus Dei (subrayo la palabra hombres porque entre ellos aun los jóvenes son ya hombres por su recogimiento y seriedad de vida), van por camino seguro no sólo de salvar sus almas sino de hacer mucho bien a otras innumerables almas (...).
No merece más que alabanzas el Opus Dei; pero los que lo amamos no queremos que se lo alabe, ni se lo pregone (...); trabajar calladamente, con humildad, con alegría interna, con entusiasmo apostólico que no se desvirtúa precisamente porque no se desborda en ostentaciones (...).
Conozco todas las acusaciones que se lanzan; sé que son falsas; sé que se persigue a algunas personas, incluso en sus intereses, creyéndolos del Opus Dei, ¡y no lo son!»
La carta está fechada en Madrid, el 24 de mayo de 1941. El Padre, mientras tanto, envía a sus hijos de Barcelona, que son solamente cuatro o cinco en este tiempo, una cuartilla con las palabras de una Epístola de San Pablo:
«Spe gaudentes: in tribulatione patientes: oratione instantes (Rom XII, 12): alegres con, la esperanza, pacientes en la tribulación, perseverantes en la oración».
Alguna vez don Leopoldo llama al teléfono del Fundador, incluso a altas horas de la madrugada. Para recordar a Monseñor Escrivá de Balaguer algo que debe mantener erguida su esperanza: las obras de Dios están marcadas siempre por la incomprensión de los buenos y de los menos buenos. Es la Cruz de Cristo.
Una noche le recuerda -en latín- a través del hilo de comunicación las palabras que Jesucristo le dijo a Pedro, cambiando el término «hermanos», por «hijos»:
«Mira que Satanás ha pedido poder zarandearos como el trigo». Luego añade: «yo rezo tanto por vosotros... Tú ¡confirma a tus hijos!».
Testigo de la actitud de don Josemaría Escrivá de Balaguer es el Padre Silvestre Sancho, dominico, que tiene la oportunidad de compartir la amistad del Fundador durante estos años de persecución:
«Jamás le vi una reacción de rencor. No era él hombre para eso, sino para comprender, perdonar y olvidar (...). Sin embargo le apenaban esas actitudes de algunos, porque de ninguna manera había motivo para esas campañas que hacían daño a las almas y sembraban la desunión en la Iglesia (...).
El Padre tenía una confianza en Dios total en medio de tantas persecuciones. Él siempre tenía seguridad -esto se lo he oído muchísimas veces- de que como la Obra es de Dios, saldría adelante».
Estas mismas dicerías habían sido esparcidas ya años antes. La noticia llega hasta el señor Bordiú, dueño del inmueble en que se ha instalado la Residencia de estudiantes de Ferraz 50. Se entera, asombrado, de que han sido calificados nada menos que de masones. Comentará, a propósito de este rumor, que jamás en su vida había oído decir que los masones rezaran con tanta devoción el Rosario.
En España, cuando las circunstancias del país hicieron difícil la vida a los católicos, demostró su valentía y su lealtad a la fe y a las personas. Al cabo de los años, cuando se actuaba con rígida intransigencia con los no católicos, el Fundador los trató con cariño exquisito. Y también entonces sufrió molestias por parte de algunos que ejercían la autoridad.

San Josemaría consagra el altar principal del santuario de Torreciudad en 1975
VÁZQUEZ DE PRADA, Los caminos divinos de la tierra, t. III, p. 761.
Al día siguiente, 24 de mayo, el Padre consagró el altar mayor y, terminada la ceremonia de la consagración, dirigió unas palabras a los asistentes, recordándoles que el altar es ara del sacrificio:
Acabo de consagrar otro altar. Los hay por todo el mundo: en Europa, en Asia, en África, en América, en Oceanía. En estos altares, vuestros hermanos ofrecen al Señor el sacrificio de sus vidas, gustosos, porque el sacrificio con Amor es una alegría inmensa, aun en los momentos más duros. Un poquito de experiencia tenéis todos, pero no exageréis. No hagamos tragedias; vamos a tomar la vida un poco por lo cómico, que hay muchas cosas de las que reír.
Siempre que consagro un altar, les decía, procuro sacar consecuencias personales:
Mirad lo que se ha hecho con un altar para consagrarlo a Dios. Primero, ungirlo. A vosotros y a mí nos han ungido, cuando nos hicieron cristianos: en el pecho, en la espalda, con el óleo santo. Nos han ungido también el día que nos confirmaron. A los sacerdotes nos ungieron las manos. Y yo espero, con la gracia del Señor, que nos ungirán el día de la Extremaunción, que no nos da miedo. ¡Qué alegría sentirse ungido desde el día que nace uno hasta que muere! Sentirse altar de Dios, cosa de Dios, lugar donde Dios hace su sacrificio, el sacrificio eterno según el orden de Melquisedec.
Por la tarde, a última hora, le dieron la noticia de la muerte, en Roma, de un hijo suyo, don Salvador Canals. Una vez más se cumplía lo de nulla dies sine cruce; no le faltaba al Padre un nuevo dolor cada día.