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Es un día plomizo y nublado de abril, en 1970. El Padre ha hecho una escapada a Torreciudad, para ver las obras. Está saludando a los santeros de la ermita antigua, Miguel Manceras y Antonia, su mujer, cuando se oye el frenazo en seco de un coche. Todavía con el casco puesto, llega José Manzanos, el aparejador. El Padre le da un abrazo fuerte y cariñoso. Después, cuando se desplacen en coche hacia otra zona de las construcciones, se interesará por este chico. Le dicen que es un profesional magnífico, pero que anda algo descentrado porque acaba de reñir con su novia, cuando estaban ya a punto de casarse... El Padre escucha en silencio. No hace ningún comentario.
Están llegando ya a un amplio lugar excavado donde irán los futuros edificios. Se ponen los impermeables y los chubasqueros, porque ha roto a llover. Desde la caseta de obras, los arquitectos, Heliodoro Dols y César Ortiz-Echague, explican detalles de lo que se está cimentando: "ahí abajo irán las criptas de los confesonarios..." El Padre mira a un lado y a otro, como buscando a alguien. En éstas, ve al aparejador José Manzanos, algo apartado del grupo y charlando con Teófilo Marco. Deja a los arquitectos con su explicación -que, en definitiva, es la razón del viaje- y se dirige hacia estos dos. Les agarra del brazo, uno por la derecha y otro por la izquierda, y chanceándose de ellos con simpatía, inicia un paseo despacio... sin importarle un bledo la lluvia. Ortiz de Echague se acerca por detrás, intentando proteger al Padre con un paraguas. Escrivá se vuelve, rápido, y le dice:
- ¡Pero bueno, César...! ¡Déjate estar, con el paraguas... que parezco el Negus!
El Padre sigue paseando un buen rato con José y con Teófilo, de un lado a otro, en medio del ajetreo de las obras, con el ruido tremendo de las máquinas removedoras de tierra, pisando sobre el barrizal y empapándose con el aguacero.
¿De qué hablaron? Ninguno de los tres lo contó. Lo cierto es que a Manzanos aquella conversación le sirvió para serenarse, arreglar las paces con su novia y casarse enseguida. Antes, escribió al Padre, a Roma, un expresiva carta en la que le agradecía "todo lo que me dijo aquel día de lluvia en Torreciudad".
Pilar Urbano. El hombre de Villa Tevere. Plaza y Janés, Barcelona, 1995, 7ª ed.