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Primera Comunión de San Josemaría en 1912 y Confirmación en 1902 en Barbastro
ANA SASTRE, Tiempo de caminar, p. 12.
El 23 de abril de 1902, recibirá también en la Catedral y del Ilustrísimo Administrador Apostólico de Barbastro, el Obispo don Juan Antonio Ruano y Martín, la fortaleza del Espíritu Santo a través de la Confirmación. Es costumbre piadosa de la época en España, administrar los dos Sacramentos en muy breve intervalo de tiempo.
Algunos objetos entrañables que han rodeado el nacimiento y bautizo de Josemaría Escrivá, especialmente la pila bautismal, serán rescatados al tiempo y las vicisitudes. Y un día, que hoy parece muy lejano, serán guardados con la veneración de una reliquia.
ANA SASTRE, Tiempo de caminar, p. 23.
Rosario, la hermana pequeña, muere con sólo nueve meses de edad, de un modo casi repentino. Dos años más tarde se decide la Primera Comunión de Josemaría. Será el 23 de abril de 1912, día de San Jorge. Es tradicional en Aragón llevar los niños a la Eucaristía, por primera vez, en esa fecha.
Durante esta época -son muy recientes las disposiciones de Pío X sobre la conveniencia de acercar pronto a los niños al Sacramento de la Comunión-, resulta poco corriente en España que la reciban a tan corta edad. Un Congreso Eucarístico, celebrado en 1911, acaba de difundir las recomendaciones del Santo Padre Pío X. Gracias a esto, Josemaría puede recibir al Señor a los diez años. Para siempre guardará en su corazón el agradecimiento al Papa santo. Ha frecuentado la Confesión, preparado y alentado por sus padres. Ahora, el Padre Laborda le enseña el camino de llegada a esta unión íntima con Dios. Es él quien le ayuda a aprender una oración de deseo que llevará siempre en sus labios y en su corazón, la comunión espiritual: «Yo quisiera, Señor, recibiros con aquella pureza, humildad y devoción con que os recibió vuestra Santísima Madre; con el espíritu y fervor de los santos».
Este será un día solemne, de fiesta; un hito en la historia de su alma y en la germinación de su vida espiritual. Todos, y especialmente él, se preparan con gran cuidado para acercarse al Sacramento. Primero, con una buena confesión que le deja contento y feliz. Después, con un traje nuevo. El ambiente que le rodea facilita su penetración en la importancia del acontecimiento, en la trascendencia de su primer encuentro con el Amor dentro de su corazón.
Sólo unos meses más tarde van a caer muy duras pruebas sobre la familia Escrivá. El 10 de julio de 1912 muere María Dolores, Lolita, como se la llama y se la quiere en el ámbito familiar. Josemaría tiene ya más de diez años, pero sus padres quieren evitarle el dolor, precoz, de ver marchar a la pequeña que ha compartido los juegos colectivos.
Doña Dolores y don José llevan la desaparición de sus hijas con la misma entereza y valor, la misma cristiana entrega a la Voluntad de Dios con que aceptaron la alegría de su nacimiento. Y aún les queda un nuevo sacrificio. Asunción, que cuenta ya ocho años, compañera y adicta incansable a su hermano, muere el 6 de octubre de 1913. Josemaría tiene casi doce años y siente hondo, aunque sus padres procuran mantenerle a distancia, la enfermedad y la pérdida imprevista.
Está jugando junto a los soportales de la Plaza y tiene una intuición repentina. Se queda parado de pronto, y manifiesta a sus amigos la intención de ir a ver cómo sigue su hermana. Sube corriendo la escalera y encuentra a doña Dolores, que esconde su dolor tras la actitud serena que pueda tranquilizar al muchacho. Le dice que Chon ya está en el Cielo. Josemaría se rebela contra ese hueco enorme que va dejando en la casa tanta desaparición. Llora despacio, y su madre ha de repetirle al oído los secretos planes del Cielo y de la Voluntad de Dios sobre los hombres.
Pasa unas semanas pensativo. Es un chico optimista, pero de gran sensibilidad para captar el dolor de sus padres. Con una lógica contundente e infantil piensa que, en esta escalada de la muerte sobre su familia, y por orden cronológico, ahora le toca a él. Incluso llega a decírselo a su madre como una predicción irremediable. Doña Dolores, cuando le oye, nota que el corazón le da un vuelco, pero se contiene. Y sonríe mientras le dice con enorme convicción: «No te preocupes, que tú estás pasado por la Virgen de Torreciudad».