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1960. Cerrar las puertas por amor a Dios
¡A cuántos hijos les habrá enseñado el "arte" sencillo de cerrar bien una puerta, "diciendo por dentro unas palabricas de amor al Señor"! ¡Cuántas veces ha tenido que indicar que un cuadro está torcido; que en tal lugar hay una bombilla fundida; que, al pasar la máquina de abrillantar los suelos, cuiden no raspar los rodapiés, porque en aquel ángulo ya se ha desportillado la pintura...! No son manías. Es orden. Es pobreza. Es atención a las cosas pequeñas. Es no sentirse dueño. Es tener muy viva la conciencia de que "ahí, en esas pequeñeces, es donde nos espera Dios". Y, en alguna ocasión, después de advertir éste o aquel detalle mínimo, una sonrisa simpática y un "¡perdona, hija mía, que sea tan fijón!".
Muchas veces dice lo de "si puertas, ¿para qué abiertas?; si abiertas, ¿para qué puertas?", explicando con paciencia -¡pasa tanta gente joven, año tras año, por esas casas romanas de Villa Tevere!- algo tan obvio como que "las puertas se ponen para abrirlas cuando haga falta y volverlas a cerrar: lo suyo es estar cerradas; si no, habríamos puesto arcos por toda la casa, que son mucho más baratos"
Pilar Urbano. El hombre de Villa Tevere. Plaza y Janés, Barcelona, 1995, 7ª ed.