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9 marzo 2025

San Josemaría hoy: 1938. Enferma en Burgos

Continuaron las fiebres. Le ardía la garganta. La boca se le llenaba de sangre. Un médico, al que consultó al pasar por Zaragoza el 21 de febrero, le había diagnosticado una faringitis crónica. La enfermedad presentaba los síntomas propios de una tuberculosis en estado avanzado, incurable. ¿Tenía derecho a vivir al lado de sus hijos, con peligro de contagiarlos? Con este amargo pensamiento en la cabeza escribió a Juan Jiménez Vargas el 24 de febrero, diciéndole que, si se dejaba formar, sería su inmediato sucesor en el negocio familiar. Le da, además, en la carta un montón de noticias y algunos detalles de su enfermedad:
¿Sabes que estoy hecho un viejo pellejo? Pesqué un catarro, hace más de un mes, y me ha quedado una faringitis crónica. Un poco molesta es la cosa, pero estoy contento: aunque, si he de hablar, será preciso que Jesús me la cure, porque muchas veces me quedo afónico del todo. Fiat. Viejo: 80 años, por dentro, y 36, por fuera: total, 116 años... y una faringe agrietada que me hace toser día y noche, cada dos minutos. Fiat.
La enfermedad seguía su proceso. Empeoraba. Algunos días amanecía con la boca llena de cuajarones de sangre.
El 9 de marzo llegó Pedro Casciaro destinado a Burgos, a las órdenes del general Orgaz. Vivía con el Padre y Paco en la pensión de Santa Clara. Pedro encontró al enfermo en estado lastimoso, con «una tos seca y persistente, fuerte afonía y esputos de sangre». Por San José, 19 de marzo, tuvieron la alegría de estar reunidos los tres de Burgos con Ricardo, Manolo y José María Albareda. Fue entonces cuando Paco y Ricardo, decidieron llevar al Padre esa misma semana al médico, aunque no tenían dinero para pagar los honorarios de la consulta.
Durante su estancia —escribe el Padre a Juan—, a fuerza de pesadez de todos, hube de ir al oculista, que me recetó de nuevo (media dioptría más), y dijo que precisaba comprarme gafas para leer —las llevo— y poner buenos cristales en las dos. Aquel mismo día quedó hecho todo. ¡Un montón de duros!
Después, a un especialista de garganta: examinó despacio, y dedujo que podía haber algo de pulmón. ¡Aquella boca llena de sangre! Recomendó otro especialista de pecho, y nos dio unas líneas para él. Fuimos: mucha antesala: por fin, el reconocimiento. Auscultar; volver a auscultar; y, por tercera vez, con otros chismes. Luego, rayos equis: doctor, ¿soy cavernícola? Él: no, sano completamente: ni la menor sospecha: sólo, en la base del pulmón derecho, quedan restos de un catarro. No digo mi gozo en un pozo, porque mentiría. La verdad es que me tenía sin cuidado; porque pensé que, si estaba tísico, el Señor me curaría para que siguiera trabajando.
Todavía voy al otorrinolaringologoetcétera, y, como el de Zaragoza, me limpia y desinfecta por nariz y garganta. Total: que os di gusto, y se gastaron otros puñados de pesetas.
Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei (vol. II). Rialp, Madrid, 2002.