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Esta aventura divina de servicio en la Obra, que es la atención de las administraciones de los centros corrió un no pequeño peligro en el incidente de la Moncloa en la Navidad de 1943. Ese frágil instrumento humano no se hallaba todavía templado por el uso, pero de allí saldría el futuro vigor y la fecundidad del apostolado de los apostolados. Como había prometido el Padre, pronto se puso remedio a la lamentable condición material del servicio en la Residencia. En enero de 1944 se acabaron las obras y se liberó la casa de albañiles. Por esas mismas fechas se dejó también el piso de Núñez de Balboa, lo que permitió concentrar la atención en los otros centros. Cuando se dejó el piso de Núñez de Balboa se estaba instalando ya otro centro en la calle de Españoleto 24. La instancia para obtener oratorio semipúblico con Sagrario es del 26 de enero de 1943; y la bendición del oratorio, del 15 de marzo
El Padre seguía atento al paso y progreso de la Administración. Unas veces mandaba a sus hijas recoger velas, evitando entusiasmos peligrosos, porque "lo mejor es enemigo de lo bueno", según el dicho popular. Otras veces, al revés, tenía que espabilarlas, para que no se durmieran sobre los laureles. Todo lo referente a la cocina era cuestión que consideraba de particular importancia, porque un posible mal funcionamiento de la cocina repercutiría desfavorablemente en el apostolado y en la economía de toda la Residencia.
Ese prolongado esfuerzo por lograr un aceptable nivel en el servicio de las Administraciones duró años. En buena parte era debido a que no se disponía ni de los medios adecuados ni de la experiencia necesaria. Era evidente que las empleadas del hogar que habían sido contratadas carecían de preparación, las más de las veces, y había que enseñarles desde un principio los rudimentos de las tareas domésticas. Para convertir aquella plantilla de servicio en un equipo eficaz se requería raigambre y profesionalismo y, mejor aún, si el personal se movía por más altos principios. El apostolado de apostolados, en una palabra, acusaba un enorme vacío: se necesitaban mujeres entregadas en cuerpo y alma, profesionalmente, al trabajo específico de administrar los centros del Opus Dei.
Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei (vol. II). Rialp, Madrid, 2002