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Yo (Pedro Casciaro) no conocía todavía a la madre de nuestro Fundador, y mi primer encuentro con ella tuvo lugar en medio de unas circunstancias bastante dolorosas. Doña Dolores, a la que desde aquellos años todos los miembros del Opus Dei la hemos llamado -por cariño, por respeto y por gratitud- "la Abuela", vivía en el Patronato de Santa Isabel, de donde el Padre era Rector. Este Patronato era una antigua fundación de los Austrias, que comprendía una iglesia pública, un convento de agustinas recoletas, la casa de los capellanes, el Colegio de la Asunción y la casa del Rector, donde vivía el Padre con su madre y sus hermanos Carmen y Santiago.
Los alrededores del Patronato se habían vuelto peligrosos: la casa estaba situada en la calle Santa Isabel, muy cerca de la Facultad de Medicina de San Carlos, donde se producían frecuentes manifestaciones de estudiantes, y de la estación de tren del Mediodía -la estación de Atocha-, donde había numerosos talleres de obreros. Era una de las zonas de Madrid más afectadas por las revueltas callejeras, que habían ido in crescendo tras la victoria del Frente Popular, que convirtió a Manuel Azaña, el 5 de febrero de 1936, en presidente de un Gobierno de republicanos de izquierda.
La Residencia de Ferraz se encontraba en el otro extremo de la ciudad, a las puertas de la Ciudad Universitaria, todavía en construcción. Eso significaba que el Padre tenía que hacer diariamente unas largas caminatas de un sitio a otro, a pie o en tranvía, aparte de los desplazamientos por toda la ciudad que le exigía el apostolado de la Obra.
Es fácil imaginar las preocupaciones y temores de doña Dolores por su hijo en medio de aquel clima rabiosamente anticlerical. Sufriría también por sus otros dos hijos: Carmen era una mujer joven todavía y Santiago estaba a punto de cumplir dieciocho años. A juzgar por las veces que vi al Padre quedarse a dormir en la Residencia o salir muy de noche para el Patronato, después de predicar, dar Círculos o atender numerosas confesiones, y teniendo en cuenta la lentitud de aquellos escasos y viejos medios de transporte, es de suponer a qué hora llegaría a Santa Isabel y las largas horas de espera que pasaría doña Dolores con el alma en vilo, rezando y pensando en su hijo.
Pedro Casciaro, Soñad y os quedareis cortos