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Las últimas vocaciones recibidas eran muestra de la organizada diversidad de la empresa de don Josemaría. Juan Jiménez Vargas, que pidió la admisión el 4 de enero de 1933, era estudiante. Jenaro Lázaro, al que vino la vocación la víspera de la entrevista con el presidente de la Acción Católica, era escultor; un hombre hecho, artista y empleado en los ferrocarriles |# 192|. La tercera vocación de esa temporada le llegó a don Josemaría el 11 de febrero. Su historia se remontaba a la época del Patronato de Enfermos, de cuando el capellán, desde su confesonario, veía todas las mañanas entrar en la iglesia a un joven. Se saludaban. Se reconocían en la calle, pero sin llegar a tener conversación. Hasta que el sacerdote se decidió a dar un paso adelante, como refiere el 25-III-1931:
Hoy, día 25, fiesta de la Anunciación de nuestra Señora, con mi apostólica frescura (¡audacia!), me he dirigido a un joven, que comulga a diario en mi iglesia, con mucha piedad y recogimiento, y —acababa él de recibir al buen Jesús— "oiga —le he dicho— ¿tiene la caridad de pedir un poco por una intención espiritual de gloria de Dios?" "Sí, padre" —ha contestado— ¡y aun me dio las gracias! Mi intención era que él, tan fervoroso, sea escogido por Dios para Apóstol, en su Obra. Ya otras veces, al verle desde mi confesonario, le encomendé lo mismo al Ángel de su Guarda |# 193|.
A los dos años había cumplido su encargo el Custodio con el antiguo estudiante, que era ahora catedrático del Instituto de Linares, un pueblo de Andalucía:
El Señor, por el Ángel Custodio, nos trajo, el día de la Inmaculada de Lourdes a este joven: es José María González Barredo. 1933.
Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei (vol. I). Rialp, Madrid, 1998, 3ª ed.