Página inicio

-

Agenda

10 febrero 2025

San Josemaría hoy: 1907. Nace su hermana María Dolores

Tenía dos hermanas menores que él: María Asunción, nacida el 15 de agosto de 1905 y María de los Dolores, que nació el 10 de febrero de 1907. Una tercera, María del Rosario, vino al mundo el 2 de octubre de 1909.
Con cinco hijos, la madre había adquirido experiencia para manejar a la chiquillería. Dada su condición social tenía buen servicio doméstico. Además de la cocinera y de una doncella para la limpieza de la casa, contaba con una niñera y un mozo que, por temporadas, les echaba una mano en faenas impropias de mujeres. A doña Dolores, mujer muy hacendosa, siempre se le veía poniendo orden en la casa, pues poseía mucho sentido práctico. Cuando los niños volvían del colegio, a veces con sus amigos, les tenía destinado para sus juegos un cuarto, al que llamaban la leonera. En su trato usaba discretamente la flexibilidad o, por el contrario, se mostraba inflexible, según los casos. A veces los pequeños alborotaban en la mesa los días de fiesta, cuando se servía pollo. Todos parecían ponerse de acuerdo para reclamar una pata. Doña Dolores, sin perturbarse, comenzaba a multiplicar patas al pollo: tres, cuatro, seis; cuantas fueran necesarias. Sin embargo, no toleraba antojos, ni que los niños se metiesen en la cocina a comer fuera de hora. La cocina era para los niños una tentación permanente. En cambio, doña Dolores sólo entraba allí excepcionalmente, para ver cómo iban las cosas o para preparar un plato extraordinario. Y extraordinarios eran los "crespillos", que aparecían el día de su santo o en muy contadas ocasiones familiares. Era un postre al alcance de cualquier fortuna y no tenía otro secreto culinario que el saberlo presentar en su punto: unas hojas de espinaca rebozadas en un batido de harina y huevo; se pasaban luego por la sartén con un poco de aceite hirviendo y, calentitas y espolvoreadas de azúcar, se servían a la mesa. En la casa de los Escrivá siempre se saludó con ilusión el día de los "crespillos".
Había también otra razón por la que el niño merodeaba cerca de la cocina, aparte de los dulces o las patatas fritas. Las chicas de servicio le contaban dichos e historietas. Sobre todo María, la cocinera. Sabía ésta un cuento de ladrones, sin tragedias ni violencias. Uno, y nada más que uno. Pero lo contaba de manera magistral y el pequeño nunca se cansaba de oírlo repetir |76|. Escuchando a María comenzaron a despuntar sus dotes de narrador.
Algunas tardes, al regresar Carmen con sus amigas de colegio, se encerraban a jugar en la leonera. Doña Dolores, condescendiente con sus aficiones, las entretenía o les daba algunas prendas viejas para jugar. «Frecuentemente —refiere Esperanza Corrales— nos quedábamos a merendar y recuerdo que nos daban pan con chocolate y naranjas».
Si Josemaría no había salido con sus amigos, se pasaba por la leonera para divertir a las niñas. «Le gustaba entretenernos —cuenta la baronesa de Valdeolivos—. Muchas veces íbamos a su casa y nos sacaba sus juguetes: tenía muchos rompecabezas». También tenía soldados de plomo, y bolos, y un caballo grande de cartón con ruedas en el que montaba a las niñas por turno, mientras las paseaba por la habitación tirando al caballo del ronzal. Y si las niñas alborotaban, el propietario de la caballería ponía paz con unos buenos tirones de trenzas.
«Pero lo que más le gustaba cuando estaba con nosotras —recuerda Adriana, hermana de Esperanza— era sentarse en una mecedora del salón y contarnos cuentos —normalmente de miedo, para asustarnos— que inventaba él mismo. Tenía viva la imaginación y nosotras —estarían Chon y Lolita, sus hermanas, que eran tres y cinco año menores que Josemaría— le escuchábamos atentamente y un poco asustadas».

Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei (vol. I). Rialp, Madrid, 1998, 3ª ed.