-
El Padre está visiblemente cansado, pero se esfuerza por manifestarse con el vigor y el arrastre espiritual de siempre.
También se le nota preocupado por ciertas posturas eclesiales debidas a una mala interpretación del Concilio; infidelidades y desobediencias que, para él, sin juzgar a las personas, revelan una disminución de la fe que ha de tener lamentables consecuencias para las almas.
Pocos cristianos habrá que se hayan alegrado tanto como él al conocer los textos elaborados por el Concilio, promulgados solemnemente por el Papa Pablo VI el 7 de diciembre de 1965. Algunos puntos le han conmovido especialmente, porque expresan, a través del Magisterio de la Iglesia, verdades que él venía predicando desde 1928.
En un documento que, por su carácter, tiene especial autoridad -la Constitución Dogmática "Lumen Gentium"-, se proclama solemnemente la llamada universal a la santidad y al apostolado: "Es propio de los laicos, por vocación propia, buscar el reino de Dios a través de la gestión, ordenada según Dios, de los asuntos temporales. Viven en medio del mundo, es decir, en todas y cada una de las tareas y actividades del mundo y en las habituales circunstancias de la vida familiar y social, en las que se entreteje su propia existencia".
"Es, pues, evidente para todos que los cristianos de cualquier estado o condición están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad".
En otros textos consagrados al apostolado de los laicos, el Concilio afirma que éstos, cuando vivan una vida contemplativa en medio del mundo, "no separen de su vida la unión con Cristo; antes bien, realizando su trabajo según la voluntad de Dios, crezcan en esa unión".
Oración, oración, oración, sacrificio, y luego, acción... El "secreto" que Mons. Escrivá de Balaguer se esforzaba en transmitir al mayor número posible de personas desde 1928.
La vida contemplativa es tanto más necesaria cuanto más inmerso se está en el mundo. Ordenar las estructuras seculares según el querer divino: sí, pero primero han de estar ellos bien ordenados por dentro. Animar cristianamente el mundo para transformarlo: sin duda, pero, para lograrlo, los laicos deben tener un alma contemplativa... Es lo que manifestaba, con vigor, a un grupo de obispos y de expertos conciliares que había recibido en Villa Tévere cuando se estaban elaborando los textos del Vaticano II: Si no, no transformarán nada; más bien serán ellos los transformados; en vez de cristianizar el mundo, se mundanizarán los cristianos.
"Esta espiritualidad de los laicos -añadía. el Concilio- debe recibir una nota peculiar del estado de matrimonio y de familia, de celibato o de viudez, de la circunstancia de enfermedad, de la actividad profesional y social".
"Pues los hombres y las mujeres que, al mismo tiempo que adquieren los medios de vida para sí mismos y para la familia, llevan a cabo sus actividades de modo que sirven adecuadamente a la sociedad, pueden con razón pensar que con su trabajo están prolongando la obra del Creador, colaboran al bienestar de los hermanos y contribuyen con su aportación personal a que se realicen en la historia los designios divinos".
¡Qué lejos están los tiempos en los que, por haber afirmado que los laicos estaban llamados a santificarse en medio del mundo, como los sacerdotes y los religiosos en su estado, le habían acusado de hereje!
Por su parte, el Decreto Presbyterorum ordinis, elaborado por una comisión cuyo secretario era don Álvaro del Portillo, había establecido que los sacerdotes tenían derecho a asociarse para ayudarse mutuamente y mejorar su vida espiritual.
Mons. Escrivá de Balaguer, como buen jurista, se había alegrado mucho, ya que con ello se reconocía un derecho natural de la persona: el de asociación.
FRANÇOIS GONDRAND