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«Hoy —es el 5 de diciembre cuando Pedro escribe esto en el Diario— el Arcipreste no nos recibe en el mencionado cuartito; tras de pasar una sala, con aspecto de comedor, bastante espaciosa, nos introduce en la cocina. El hecho de recibirnos en la cocina, al calor de la chimenea, tiene en Andorra, en casa del Arcipreste, todo el significado que en Palacio pudiera tener tomar la almohada o cubrirse ante el rey».
La hospitalidad de mosén Luis es muy de agradecer, porque, con la tacita de café y la copa de anís servidas amablemente por el ama, mosén les pone al corriente de los últimos sucesos del mundo. Y, en particular, de los del principado de Andorra, como eran la llegada de monsieur le Colonel o la rebeldía de los andorranos, que incitados por el Ministro de Instrucción Pública español, Fernando de los Ríos, negaban al Obispo de Seo de Urgel la prestación de vasallaje. (Consistía el tradicional "present" al Obispo en unos capones, otros tantos jamones y doce quesos de oveja, junto con unas mil quinientas pesetas).
Se repitió la invitación al día siguiente. Charlando pasaron todos una tarde agradable. De regreso al hotel por la orilla del río Valira, que bajaba hinchado por las nieves, corría un aire frío que cortaba el aliento.
En la festividad de la Inmaculada el arcipreste invitó a comer a don Josemaría. La conversación entre ellos dos, solos, tendría intimidad, indudablemente. Mosén Pujol le preguntaría sobre el paso de los Pirineos. A Andorra habían llegado multitud de fugitivos con sus historias y sus tragedias a cuestas. Mas, por encima de ningún otro relato, le impresionó a mosén el meditado silencio de don Josemaría: «lo que más me impresionó —testimonia el arcipreste de Andorra— fue oírle, respecto a todo lo pasado en aquellos días por la montaña, [...] lo siguiente: — "He sufrido tanto, que he hecho el propósito de no decir ningún sufrimiento". Y así fue, porque ni en aquellos días ni después le oí comentar nada sobre el tormento pasado».
(Sin pretender buscar o adivinar nuevos suplicios, es digno de añadir, puesto que sale al paso, lo que el Padre anotó en Pamplona el 2 de enero de 1938, en un nuevo cuaderno de sus Apuntes íntimos: todavía noté que me molestaban los pies, aunque casi no están ya hinchados: porque no eran sabañones, sino consecuencias de las grandes jornadas para la evasión. Y don Josemaría nada tenía de melindroso ante el dolor).
Por la noche el Padre contó a los suyos el menú con que le regaló el arcipreste: entremeses variados, canalones, cabeza de ternera, chuletas, pastas... El cronista, lleno de admiración, se cree obligado a tomar nota de ello para el Diario; pero se le pasa el mencionar siquiera el apetito del invitado. Después de una temporada de hambre tan larga y tan tremenda como la que había padecido, don Josemaría tenía muy menoscabada la facultad de ingerir alimentos, hasta el punto de no sentir ya ganas de comer.
VÁZQUEZ DE PRADA