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28 diciembre 2025

SAN JOSEMARÍA HOY: 1928. Infancia espiritual

Hazte pequeño. Ven conmigo y –este es el nervio de mi confidencia– viviremos la vida de Jesús, María y José́.
Cada día les prestaremos un nuevo servicio. Oiremos sus pláticas de familia. Veremos crecer al Mesías. Admiraremos sus treinta años de oscuridad... Asistiremos a su Pasión y Muerte... Nos pasmaremos ante la gloria de su Resurrección... En una palabra: contemplaremos, locos de Amor (no hay más amor que el Amor), todos y cada uno de los instantes de Cristo Jesús”.
Un ejemplo de esta vida de infancia espiritual se encuentra en las anotaciones que hizo durante su oración el 28 de diciembre de 1928. Ese día era la fiesta de los Santos Inocentes. Cuando visitó el convento de Santa Isabel se enteró de que aquel día las monjas acostumbraban a que una novicia hiciera de priora y la monja más joven de subpriora y dieran órdenes a las monjas mayores. Pensando en ello Escrivá apuntó:
“Niño: tú eres el ultimo burro, digo el ultimo gato de los amadores de Jesús. A ti te toca, por derecho propio, mandar en el Cielo. Suelta esa imaginación, deja que tu corazón se desate también... Yo quiero que Jesús me indulte... del todo. Que todas las ánimas benditas del purgatorio, purificadas en menos de un segundo, suban a gozar de nuestro Dios..., porque hoy hago yo sus veces. Quiero... reñir a unos Ángeles Custodios que yo sé —de broma, ¿eh?, aunque también un poco de veras— y les mando que obedezcan, así, que obedezcan al borrico de Jesús en cosas que son para toda la gloria de nuestro Rey-Cristo. Y después de mandar mucho, mucho, le diría a mi Madre Santa María: Señora, ni por juego quiero que dejes de ser la Dueña y Emperadora de todo lo creado. Entonces Ella me besaría en la frente, quedándome, por señal de tal merced, un gran lucero encima de los ojos. Y, con esta nueva luz, vería a todos los hijos de Dios que serán hasta el fin del mundo, peleando las peleas del Señor, siempre vencedores con Él... y oiría una voz más que celestial, como rumor de muchas aguas y estampido de un gran trueno, suave, a pesar de su intensidad, como el sonar de muchas cítaras tocadas acordemente por un número de músicos infinito, diciendo: ¡queremos que reine! ¡para Dios toda la gloria! ¡Todos, con Pedro, a Jesús por María!...
Y antes de que este día asombroso llegue al final, ¡oh, Jesús —le diré— quiero ser una hoguera de locura de Amor! Quiero que mi presencia sola sea bastante para encender al mundo, en muchos kilómetros a la redonda, con incendio inextinguible. Quiero saber que soy tuyo. Después, venga Cruz: nunca tendré miedo a la expiación... Sufrir y amar. Amar y sufrir. ¡Magnífico camino! Sufrir, amar y creer: fe y amor. Fe de Pedro. Amor de Juan. Celo de Pablo. Aún quedan al borrico tres minutos de endiosamiento, buen Jesús, y manda... que le des más Celo que a Pablo, más Amor que a Juan, más Fe que a Pedro: El último deseo: Jesús, que nunca me falte la Santa Cruz”.
Escrivá sacó gran provecho de la práctica de la infancia espiritual. A comienzos de 1932 empezó a leer atentamente los libros que tuvieran este enfoque, especialmente la “Historia de un alma”, de Santa Teresa de Lisieux. Pero, al contrario que el sentido de la filiación divina, no consideró que la infancia espiritual fuera un camino necesario para todos los miembros del Opus Dei. Dirigirse a Dios como niños pequeños es un modo maravilloso de tratarlo, pero no es el único modo posible. A comienzos de 1932 Escrivá se dio cuenta de que los miembros de la Obra podían familiarizarse con el camino de infancia espiritual, pero que no todos tenían que seguirlo.
JOHN F. COVERDALE