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A veces el Padre no se encontraba bien de salud. Difícil era saberlo, porque no se quejaba. Sufría de dolores reumáticos. Y para evitar los viajes en los trenes de la noche, sin calefacción, y sin poder dar una cabezada, se hicieron con un auto de segunda mano. Era un viejo Citroën, cuyo destino apropiado, en tiempos normales, hubiera sido un cementerio de chatarra. El 26 de diciembre de 1939, con el coche recién arreglado y luego de invocar a San Rafael y a los Ángeles Custodios, el Padre, Álvaro del Portillo y José María Albareda, salieron de Madrid camino de Zaragoza. A los pocos kilómetros, una avería les obligó a volver a la capital. Y el Padre, que ya antes de salir iba con una fuerte fiebre, se metió en la cama. Dos días más tarde reemprendió el viaje a Zaragoza; esta vez en tren, acompañado de Álvaro. Pasaron un día en Zaragoza y otro en Barcelona; y los días primeros de año, en Valencia.
VÁZQUEZ DE PRADA