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Cuando parten los primeros miembros de la Obra hacia Palermo y Milán, dos ciudades que abarcan Italia de norte a sur, el Padre se dirige a ellos con cariño y exigencia:
«Tened una gran fe: sed niños con el Señor, pero hombres recios y fuertes con todos los demás. No vais allí a trabajar por vuestro gusto, sino por Dios. Sed fieles; rezad para que continúe este milagro de la vocación que es el milagro más grande. Vocaciones sólidas. Fidelidad: no traicionéis este camino luminoso (...). Dentro de una decena de años comenzaréis a daros cuenta de la maravillosa novela que estamos escribiendo y de las extraordinarias aventuras que vivimos».
También Milán estrena Centro el 16 de diciembre de 1949. Este grupo de hombres jóvenes no acaba de creer que está -¡al fin!- en su casa. Porque la prehistoria de la Obra en la ciudad tiene acumulados muchos viajes y esfuerzos del Padre y de don Álvaro antes de conseguir el primer inmueble. En el mes de febrero de 1949, don Álvaro ha estado rezando en la iglesia de San Rafael, a dos pasos del Duomo.
En noviembre de este mismo año, han pasado por Milán camino de Centro Europa el Fundador y don Álvaro, y deciden una parada para estar con un puñado de hijos suyos, jóvenes, que esperan impacientes una casa donde reunirse desde hace más de un año. El Fundador les cita en una habitación de la Pensión Cordusio, situada en un lugar muy céntrico, en la zona comercial de la ciudad. Allí les ha recordado el motivo que ha de empujar su actividad: la santidad personal.
El primer piso que ocupan en Milán, en la Vía B. Bixio, es de dimensiones minúsculas. Faltan enseres elementales, pero los chicos, que han esperado muchos meses para conseguir una casa, hacen gestiones para lograr, poco a poco, lo necesario a su hogar. Y aunque el futuro comedor está vacío, los pocos dulces comprados para festejar la llegada de la Navidad hacen buen efecto sobre las maletas colocadas, provisionalmente, en medio de la habitación.
En un cuaderno en el que se escribe el diario de la casa, permanecen las líneas que pusiera Monseñor Escrivá de Balaguer al enviarles a abrir nuevas rutas por Italia:
Consummati in unum!... semper in laetitia et paupertate. ¡Unidos! en pobreza y alegría`. En un ejemplar de «Camino» consta la siguiente dedicatoria:
«A esos hijos míos, que empiezan la labor junto a la Madonnina, con mi bendición y un abrazo. -Roma, Inmaculada Concepción 1949».
En efecto, desde la más alta aguja del Duomo, la Madonnina sonríe.
ANA SASTRE