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9 noviembre 2025

San Josemaría hoy: 1959. Hay muchas cosas que la sabréis en el Cielo. En la tierra, no. Mejor que no...

Violentando su carácter extravertido y sociable y, sobre todo, su impaciente afán de almas que le impelía a buscar el contacto con la gente, Escrivá se recluyó voluntariamente en Villa Tevere. Serían unos años de encierro activísimo: dedicado a formar a los suyos, a escribir homilías y cartas doctrinales, y a impulsar con vigor el apostolado por diversos países. No se le vio en Roma, pero recorrió Europa de punta a punta, en fatigantes viajes por carretera.
Sintió, eso sí, la mordedura de la soledad romana... Él, que en algún momento le había dicho a Francesco Ángelicchio, uno de los primeros numerarios italianos: "¡soy más romano que tú!", ahora llegaba a sentirse "extranjero ¡en mi Roma!".
Por entonces, hace un día su oración con el salmo 68:
"Los que me aborrecen sin razón son más numerosos que los cabellos de mi cabeza... Por tu causa, Dios mío, he padecido afrenta. La vergüenza cubrió mi rostro... He llegado a ser un extraño para mis hermanos y un forastero para los hijos de mi madre...".
Giboso, giboso... Las lágrimas, virilmente reprimidas, le escuecen como limón en los ojos. Toma un lapicero y garabatea estas notas, rezumantes de pena amarga. Y no lo hace por desahogarse; sino para que algún día otros aprendan, sufriendo menos, con lo mismo que él ha aprendido:
"Intrigas, interpretaciones miserables -cortadas a medida del corazón villano que interpreta-, susurraciones cobardes... Es una escena desgraciadamente repetida en los distintos ambientes: ni trabajan, ni dejan trabajar.
Medita despacio aquellos versos del salmo: "Dios mío, he llegado a ser extraño para mis hermanos y forastero para los hijos de mi madre. Porque el celo de tu casa me devoró, y los oprobios de los que te ultrajan cayeron sobre mí"... ¡Y continua trabajando!".
Pasados los años, un día frio de noviembre de 1959, en la tertulia con los alumnos del Colegio Romano, uno de ellos, para provocar el relato intimista, le pide:
- Padre, cuéntenos qué pasaba en 1951 y 1952, cuando querían dividir la Obra en dos ramas y expulsarle a usted... ¿Quiénes estaban detrás de aquella persecución?
Escrivá, que no quiere tener secretos con sus hijos, pero tampoco le gusta "aguar la fiesta a nadie", señalando con el mentón hacia un punto lejano, fuera de la habitación, alude a aquella lápida, que para siempre será testigo de piedra de unos años de dolor:
- Mira, hijo, ahí en el Cortile Vecchio hay una lápida, que podéis leer, y que está muy clara. Está en castellano puro. Ésa la escribí yo, sentado encima de unas piedras, cuando estaban construyendo aquello... Lleno el corazón de amargura, pero feliz ¡muy feliz!. Nunca -ni siquiera entonces- he perdido la alegría. Aquello lo paramos entre don Álvaro y yo. Pero tú me dices "Padre, cuéntenos... quiénes están detrás", y yo tengo que deciros que hay muchas cosas que la sabréis en el Cielo. En la tierra, no. Mejor que no...

Pilar Urbano. El hombre de Villa Tevere. Plaza y Janés, Barcelona, 1995, 7ª ed.